Mountainhead es el nombre de la vivienda exclusiva e incrustada en lo alto de una montaña nevada en la que se reencuentran cuatro amigos para pasar un fin de semana en el que recordar otros tiempos, jugar al póker y hablar de sus proyectos. Los cuatro son multimillonarios y han amasado riquezas a través del desarrollo de plataformas tecnológicas, aplicaciones digitales y la expansión de la inteligencia artificial. Su influencia es tal que son llamados a consulta por la Casa Blanca ante cualquier sacudida global.
Son personajes de ficción, pero a medida que avanza la película cuesta poco identificarlos con algunos de los hombres más poderosos y ricos del planeta: Zuckerbgerg, Bezos, Musk... No sólo eso, cuanto hablan, cuanto plantean y discuten, parece sacado de nuestra propia realidad, mientras una trama distópica sirve de telón de fondo para situarnos en otra realidad alternativa que es consecuencia del poder manipulador alcanzado por muchas de las herramientas digitales que ellos mismos han creado.
Tal vez todo resulte demasiado evidente, pero es sin duda el objetivo último del filme, ya que contribuye a aumentar nuestro desasosiego como ciudadanos de un mundo que tampoco se diferencia demasiado del que se retrata colateralmente en algunas de sus secuencias y en el que las fake news provocan rebeliones y matanzas étnicas.
Al frente de la función se encuentra
Jesse Armstrong, creador de una de las series más celebradas de la última década,
Succession, así como coguionista de episodios de
Black Mirror y de alguna película interesante como
In the loop.
Mountainhead es su primer largometraje y suyo es también el guion, que se sitúa por encima de su capacidad como realizador, aunque tampoco le da como para hacer una película ni redonda ni referencial. Va de más a menos; de hecho, llega un momento en que toma el camino más peligroso, también el más absurdo, como si no tuviese claro cómo debía resolver la historia de este reencuentro en el que, a un lado los ritos de exaltación de la amistad, enfrenta a sus personajes con sus propias ambiciones personales: los cuatro no sólo están allí para compartir detalles del saneado estado de sus cuentas bancarias, sino porque precisan la ayuda unos de otros por diferentes motivos.
Es cierto que les inquieta que en cualquier lugar del mundo haya asesinatos y golpes de estado a causa de las mentiras propagadas por las redes sociales que ellos han desarrollado, aunque en su descargo están convencidos de que eso sólo demuestra la elevada cantidad de imbéciles que hacen uso de las mismas: la culpa no es del arma, sino de quien la empuña. En el fondo, la película se pregunta en manos de quién está realmente el mundo, y si tenemos que dar una respuesta a tenor de los discursos, comportamientos, actitudes y decisiones de quienes parecen liderarlo, no va a ser la más satisfactoria ni consoladora, entre otros motivos porque aunque estamos ante un producto de ficción se parece demasiado al presente.