Hablemos de otra cosa
Es decir, dejemos la economía un poco al margen. Poco a poco vamos dándonos cuenta de la crisis en la que estamos entrando...
Es decir, dejemos la economía un poco al margen. Poco a poco vamos dándonos cuenta de la crisis en la que estamos entrando. No cabe duda de que acabaremos saliendo de ella; ni tampoco que saldremos a un mundo nuevo, con nuevas potencias económicas y una nueva distribución de poder y de calidades de vida. Sigue sorprendiendo la actitud del Gobierno de minimizar la más grande crisis del capitalismo moderno. No sé si nos consideran demasiado pequeños para decirnos la verdad o, simplemente, no les importa con tal de ganar las próximas elecciones. No me creo la alternativa de que no se han enterado de lo que viene; hay buenos economistas en la Administración pública española.
Pero siempre es bueno hacer una pausa y preocuparse de problemas menos inmediatos y, quizás, más importantes. Si levantamos el vuelo un poco, podremos ver la actual crisis en conexión con las otras dos grandes cuestiones que nos afectan. La primera es, obviamente, el estado de nuestra casa; podrá uno discutir si el calentamiento global es más o menos peligroso o si el mar subirá tanto; pero no hay duda de que tenemos un problema de dimensiones planetarias. Quizás habría que incluir aquí el despilfarro alimenticio de un primer mundo, devorador de una cantidad insana de carne, a costa de mantener hambrientos a parte de la humanidad. O el despilfarro energético. En fin, añadan aquí ustedes su problema ecológico favorito.
El otro gran problema es la ausencia de ideologías de cualquier tipo. La estupidez esa de poner anuncios en autobuses para decir que Dios no existe es una faceta de este problema. La religión tradicional, aquí la católica romana, pierde fuerza, adeptos y, dijéramos, cuota de mercado. La política no existe en términos ideológicos, sólo electorales. Poca gente se define como católica o comunista o liberal o lo que sea. Parece que el Barça o el Madrid tengan más sustancia ideológica; o cualquier músico o programa basura.
Llevamos más de un siglo confiando en una civilización tecno-industrial que nos promete progreso y acabar con los problemas (alimenticios) del hombre. Pero también estamos dejando de creer en esto. En definitiva, el hombre se queda sin asideros y sin respuesta a las preguntas que intuye importantes sin atreverse a formular. En términos más personales; se encuentra uno felizmente casado y psicoanalizado y, aún así, sin respuestas a las preguntas que uno no se hace. ¿Qué hacer?
Paul J. Tillich fue un teólogo alemán que trató de correlacionar la filosofía, como existencial, es decir, la filosofía que inicia su pensamiento en el ser humano, con las intuiciones que proporciona la teología cristiana. Hablaba Tillich de este vacío que siente el humano con el estómago lleno y escribía que hay que enfocar la cuestión “aceptando que el vacío es el destino de nuestra época, aceptándolo como un vacío sagrado, que puede calificar y transformar el pensamiento y la acción”.
Así pues, desde aquí arriba se perciben tres grandes problemas o, quizás, tres lados o perspectivas de uno sólo: una gravísima crisis económica, la mayor en setenta años, un problema ecológico de amplitud inquietante, y una penosa falta de ¿creencias, ideologías, felicidad, preguntas, respuestas? No está mal, ¿verdad?
Ramón Panikkar en un libro que estoy leyendo (El silencio de Buda) adivina una mutación en el ser humano. Otro momento axial, que no solamente cambia al mundo, sino al hombre. Panikkar, creyente (creo que se podría decir que cristiano y budista), nos traslada tres convicciones para el hombre moderno:
En primer lugar, la imprescindibilidad del problema de Dios. Al fin y al cabo, el ateísmo y el teísmo son solamente dos formas de dicho problema.
Segundo, la insuficiencia de las respuestas tradicionales, sean religiosas o de otra índole.
Tercero y fundamental, la purificación y reforma de la misma idea de Dios: no basta el Dios de las religiones tradicionales, ni el Absoluto de los filósofos, ni el límite indefinido de los científicos, ni siquiera la poesía.
En fin, reconocerán ustedes que hay algo que pensar más allá de la crisis económica. Pero si se les ha atragantado el artículo, ya saben mi consejo: un par de vasos de manzanilla o un buen amontillado.
sga3@telefonica.net
Pero siempre es bueno hacer una pausa y preocuparse de problemas menos inmediatos y, quizás, más importantes. Si levantamos el vuelo un poco, podremos ver la actual crisis en conexión con las otras dos grandes cuestiones que nos afectan. La primera es, obviamente, el estado de nuestra casa; podrá uno discutir si el calentamiento global es más o menos peligroso o si el mar subirá tanto; pero no hay duda de que tenemos un problema de dimensiones planetarias. Quizás habría que incluir aquí el despilfarro alimenticio de un primer mundo, devorador de una cantidad insana de carne, a costa de mantener hambrientos a parte de la humanidad. O el despilfarro energético. En fin, añadan aquí ustedes su problema ecológico favorito.
El otro gran problema es la ausencia de ideologías de cualquier tipo. La estupidez esa de poner anuncios en autobuses para decir que Dios no existe es una faceta de este problema. La religión tradicional, aquí la católica romana, pierde fuerza, adeptos y, dijéramos, cuota de mercado. La política no existe en términos ideológicos, sólo electorales. Poca gente se define como católica o comunista o liberal o lo que sea. Parece que el Barça o el Madrid tengan más sustancia ideológica; o cualquier músico o programa basura.
Llevamos más de un siglo confiando en una civilización tecno-industrial que nos promete progreso y acabar con los problemas (alimenticios) del hombre. Pero también estamos dejando de creer en esto. En definitiva, el hombre se queda sin asideros y sin respuesta a las preguntas que intuye importantes sin atreverse a formular. En términos más personales; se encuentra uno felizmente casado y psicoanalizado y, aún así, sin respuestas a las preguntas que uno no se hace. ¿Qué hacer?
Paul J. Tillich fue un teólogo alemán que trató de correlacionar la filosofía, como existencial, es decir, la filosofía que inicia su pensamiento en el ser humano, con las intuiciones que proporciona la teología cristiana. Hablaba Tillich de este vacío que siente el humano con el estómago lleno y escribía que hay que enfocar la cuestión “aceptando que el vacío es el destino de nuestra época, aceptándolo como un vacío sagrado, que puede calificar y transformar el pensamiento y la acción”.
Así pues, desde aquí arriba se perciben tres grandes problemas o, quizás, tres lados o perspectivas de uno sólo: una gravísima crisis económica, la mayor en setenta años, un problema ecológico de amplitud inquietante, y una penosa falta de ¿creencias, ideologías, felicidad, preguntas, respuestas? No está mal, ¿verdad?
Ramón Panikkar en un libro que estoy leyendo (El silencio de Buda) adivina una mutación en el ser humano. Otro momento axial, que no solamente cambia al mundo, sino al hombre. Panikkar, creyente (creo que se podría decir que cristiano y budista), nos traslada tres convicciones para el hombre moderno:
En primer lugar, la imprescindibilidad del problema de Dios. Al fin y al cabo, el ateísmo y el teísmo son solamente dos formas de dicho problema.
Segundo, la insuficiencia de las respuestas tradicionales, sean religiosas o de otra índole.
Tercero y fundamental, la purificación y reforma de la misma idea de Dios: no basta el Dios de las religiones tradicionales, ni el Absoluto de los filósofos, ni el límite indefinido de los científicos, ni siquiera la poesía.
En fin, reconocerán ustedes que hay algo que pensar más allá de la crisis económica. Pero si se les ha atragantado el artículo, ya saben mi consejo: un par de vasos de manzanilla o un buen amontillado.
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