tierra a tiempo, la atmósfera estática y febril que toma los objetos en el interior de nuestros hogares y los aísla en la función de iconos de un museo, y las figuraciones del eco, unas veces embrutecido y otras apenas insinuado, que nos llegan a través de los huecos de puertas y ventanas abiertas que una fuerza o voluntad desconocida parece haber horadado para que escuchemos el estallido del mundo.
El verano ha irrumpido ajeno a las reglas del juego, salvaje y devorador de frutos inmaduros y daltónico o despectivo con el verde mayo de la física y verde esperanza en la necesidad y el deseo. Un verano que desprecia el ensayo y el simulacro, un calor virulento que mata a lo virtual.
Un verano como novela de la existencia con un epílogo ya conocido, que trata de altas temperaturas que exacerban las pasiones, y que sin embargo nos niega un prólogo o un índice para poder calibrar la envergadura de sus tentáculos. Un verano que nos ha maniatado sin darnos la posibilidad, como en otras ocasiones, de querer abrazarlo o rechazarlo. Un timo del destino y de las estadísticas en la historia de un mundo demasiado viejo y desconocido.
La bola de fuego reinará antes de lo esperado con su ley del silencio, con su castigo de deidad remota a la humanidad por querer esta ser testigo de su luz. En España, durante un lapso que cada año parece más anárquico e imprevisible, extraño a la razón y dueño de una imaginación que nos engaña con la posibilidad de instalarnos en el paraíso, canícula a canícula nos está apelmazando los sentidos.
Dicen que la clase política ha entrado en una espiral esquizoide y se ha autoimpuesto la penitencia de trabajar por el pueblo bajo el implacable astro. Ya llevan dos ejercicios sin interregno parlamentario. Las puertas del congreso se cierran para la verdadera democracia y dicha casta entra y sale por las puertas falsas. Qué locura. Pero son las generaciones más jóvenes las que más sufren las consecuencias de la precipitación de este dominio y de sus espejismos. Son tantos ya los veranos criminales que han acabado derritiendo sus refrigerados idearios para quedarse en una sólida estructura de pensamiento. Más de la mitad de esta población creen firmemente en las instituciones, si bien creen que son necesarias profundas reformas.
Reformar las instituciones. Abrasa solo pensarlo. Arde la ignorancia en el calentamiento global, arden los hijos de esos principios que han aniquilado a la revolución.
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