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Pedro Manzano, las manos de Dios

Pedro Enrique Manzano Beltrán se ha convertido, una vez más y por méritos propios, en el protagonista de una nueva pre-Cuaresma que ya galopa entre la Sevilla penitente.

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Más allá de razones técnicas o sistemas operativos desarrollados en las entrañas del taller de la calle Pureza, Manzano ha propagado entre los sectores más reacios un halo de tranquilidad cada vez que una imagen titular toma camino de Triana para retomar la esencia tapiada por el devenir de los años.
Quizás la restauración desarrollada sobre el majestuoso crucificado de las Siete Palabras mostró a Sevilla el sendero espinoso que tantas juntas de gobierno han evitado cruzar, “no vaya a ser que me digan…”. Ya que el respeto por entregar aquella talla que resume la fe de toda una hermandad y, sobre todo, el temor por como regresaría después de arduos meses de ensamblajes, limpieza, etc., derivó en una etapa de incredulidades y autoprotección que en nada favorecía al cuidado y preservación de los tesoros más valiosos de esta centenaria Semana Santa.


Pero estamos en una nueva época artística, en la era de Pedro Manzano y la restauración. Y sin justificar decisiones pasadas, muchas de ellas erróneas, lo cierto es que este restaurador ha implantado la calma en esos sectores más recelosos. Sino que se lo pregunten a los cofrades de San Julián. Dos restauraciones en un año en el que, primero la Virgen de la Hiniesta y ahora el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, han devuelto a la cofradía del Domingo de Ramos el recuerdo de dos verdaderas obras de arte forjadas en el taller de Antonio Castillo Lastrucci.
El moratón del hombro, el reguero de sangre de la espalda, la suavidad y dulzura de la Buena Muerte, conforman la majestuosidad de una restauración sin paliativos y, al menos para los ojos de uno que de esto poco entiende, casi rozando la perfección.


Por ello, no soy yo el más indicado para evaluar un trabajo artístico de esta envergadura, pero sí considero que Sevilla ha encontrado en la figura de Pedro Manzano un seguro de vida para confiarle el alma de sus altares. Alguien me calificó una tarde a los pies del Cristo de la Fundación de los Negritos que “en Pedro Manzano Sevilla ha encontrado las manos de Dios”.

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