Crisis, la normal
Aumentan los casos de gripe, pero, curiosamente, la histeria se ha apaciguado. Afirma el refrán que tenemos ?más miedo que vergüenza?...
Aumentan los casos de gripe, pero, curiosamente, la histeria se ha apaciguado. Afirma el refrán que tenemos “más miedo que vergüenza”. Entre la píldora del día después, las píldoras para edulcorar la crisis económica, las aspirinas contra las cefaleas que causan la vida, y las vacunas, generales o específicas según el dilema en que se debaten estos días las dignas autoridades pandémicas, el año será floreciente para los sepultureros y antes para las empresas farmacéuticas. Por otra parte, Obama ha cambiado el paso de la actualidad y los medios de comunicación están en crisis. La actualidad se enreda en docenas de argumentos.
Gracias a ello, nos han comentado que el flamante Zuma, el nuevo mandatario de Sudáfrica, se duchaba para descontaminarse tras forzar a una jovencita con sida; y que en un pueblo de Málaga ha crecido un espárrago de tres metros, que prueba la existencia efectiva de brotes verdes que resurgen en medio de la crisis. Ciertos días afloran a las primeras páginas dramas insospechados. Al parecer, en Sri Lanka siguen cayendo hombres, mujeres y niños tamiles, atrapados entre los fuegos malignos del ejército oficial y los fuegos benignos, igualmente certeros, de sus libertadores. El asunto asomó en la prensa tras una manifestación celebrada en Londres, pero ya han pasado dos o tres días y enseguida le hemos perdido la pista.
Gracias a la crisis, estamos adquiriendo una enorme sensibilidad hacia el sufrimiento, sobre todo al sufrimiento propio. Pero la novedad de los problemas no debiera ofuscarnos: los pobres llevan más tiempo pasándolo mal. En una de las capitales europeas más plebiscitadas y visitadas, donde todo va bien, si no tenemos en cuenta que el 30% de la población extranjera se encuentra en paro desde hace años, la radio transmitía un reportaje sobre una familia pobre de nueve personas hacinada en un apartamento de 20 metros. El responsable de la cosa social, entrevistado, les prometía un piso grande para dentro de 15 ó 20 años.
No es sólo en Italia donde el poder político controla la información. Sucede en todas partes, en parte por presión directa, en parte por vagancia de los informadores, en parte por vagancia del público. En España, por ejemplo, han vuelto al candelero esos mítines en que sectarios de poca frente remueven banderitas y siglas o aplauden los chismes, los insultillos y las sandeces de sus jefes espirituales. En la parte de Israel en que le han permitido entrar las autoridades o sus propios prejuicios, el Papa también está soltando verdades rotundas. Los extremistas lo vituperan, los palestinos lo acusan; el Gobierno de Israel le marca itinerarios. No es que él tenga mala intención.
Gracias a ello, nos han comentado que el flamante Zuma, el nuevo mandatario de Sudáfrica, se duchaba para descontaminarse tras forzar a una jovencita con sida; y que en un pueblo de Málaga ha crecido un espárrago de tres metros, que prueba la existencia efectiva de brotes verdes que resurgen en medio de la crisis. Ciertos días afloran a las primeras páginas dramas insospechados. Al parecer, en Sri Lanka siguen cayendo hombres, mujeres y niños tamiles, atrapados entre los fuegos malignos del ejército oficial y los fuegos benignos, igualmente certeros, de sus libertadores. El asunto asomó en la prensa tras una manifestación celebrada en Londres, pero ya han pasado dos o tres días y enseguida le hemos perdido la pista.
Gracias a la crisis, estamos adquiriendo una enorme sensibilidad hacia el sufrimiento, sobre todo al sufrimiento propio. Pero la novedad de los problemas no debiera ofuscarnos: los pobres llevan más tiempo pasándolo mal. En una de las capitales europeas más plebiscitadas y visitadas, donde todo va bien, si no tenemos en cuenta que el 30% de la población extranjera se encuentra en paro desde hace años, la radio transmitía un reportaje sobre una familia pobre de nueve personas hacinada en un apartamento de 20 metros. El responsable de la cosa social, entrevistado, les prometía un piso grande para dentro de 15 ó 20 años.
No es sólo en Italia donde el poder político controla la información. Sucede en todas partes, en parte por presión directa, en parte por vagancia de los informadores, en parte por vagancia del público. En España, por ejemplo, han vuelto al candelero esos mítines en que sectarios de poca frente remueven banderitas y siglas o aplauden los chismes, los insultillos y las sandeces de sus jefes espirituales. En la parte de Israel en que le han permitido entrar las autoridades o sus propios prejuicios, el Papa también está soltando verdades rotundas. Los extremistas lo vituperan, los palestinos lo acusan; el Gobierno de Israel le marca itinerarios. No es que él tenga mala intención.
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