Mitad de julio. Calor. Ausencia de noticias buenas. Ejercer de cronista bajo estos ánimos resulta casi imposible. Uno intenta entender el horror, ese que está condicionando el presente, nos achica, nos hace prisioneros porque el miedo es como una pesada cadena que te ata a la celda del verdugo.
Un año. Administraciones locales han venido realizando estos días tímidos balances del primer año de la presente legislatura porque, sinceramente, poco se ha avanzado, seguramente ante la certidumbre de que poco margen existe para ello en otro sentido que no sea mantener el sistema activo. Los ayuntamientos hoy están asentados en una serie de certezas, como son: su gestión está muy fiscalizada por un sistema judicial que ha instalado el temor, la lentitud y el "esto no se puede hacer" para casi todo, ante lo cual cualquier expediente menor sufre un proceso tan largo, tan fiscalizado, tan tortuoso que cuando ve la luz verde resulta desalentadora la idea de iniciar otro proceso; ello provoca que los ayuntamientos estén en manos de los interventores, que son técnicos avanzados a los que el sistema ha otorgado tanto poder que a día de hoy son una pieza imprescindible en el engranaje municipal. Y no digo que eso esté mal, ya que todo lo que sea un control de la gestión pública es positivo, solo que del blanco se ha pasado al negro sin parar en el gris, que es un color que combina con todo. Claro que hay interventores que ofrecen soluciones y trabajan en positivo, tanto como otros que no.
¿Los políticos? En la mayoría de los casos están ocultos tras una montaña de papeles, no se les ve, se supone que tras ellos hay alcaldes, que medida la rapidez con que gira la puerta de las prisiones piden informes para todo. Un informe que avale este informe sobre el informe que previamente les informó... Entre la falta de recursos, la justicia, los interventores y los famosos cuerpos nacionales y, dicho sea de paso, gestores políticos que en no pocos casos no tienen el arresto de hacer valer sus galones porque un informe les dice que danger, caution, el año de balance es muy pobre. Añadir a ello el despropósito instalado en ayuntamientos donde hacer arte de demagogia barata se ha convertido en costumbre, como Cádiz, epicentro representativo de la idea con un alcalde que, por ejemplo, públicamente expresa entender la venta furtiva porque el individuo "debe llevar un plato de comida a su mesa" y lo hace sin medir, o importarle, la cara que se le queda al que hace lo propio pagando impuestos; o El Puerto, al que el tripartito duró un año dejando estela de no poder cumplir lo dicho en campaña porque hablar resulta más sencillo que cumplir lo prometido, plenos donde concejales del gobierno se quedan dormidos y no acuden, denuncia de Policía Local a un edil por orinar en vía pública... Un espanto.
Obama. El presidente de los EEUU recabó en la provincia de Cádiz vía aire y a bordo del Air Force One, aunque al final solo paseó su cuerpo presidencial entre el vallado de la Base Naval de Rota y allí coincidió, durante todo un extenso minuto, con el actual alcalde de la localidad, Javier Ruiz Arana, que no se imaginaba hace poco más de un año cuando trabajaba como arquitecto en la GMU de Sanlúcar que por estas fechas andaría esperando al famoso avión para recibir nada menos que a Barak. La vida es así. A Obama, y así lo expresó, le sorprendió la juventud del joven alcalde pero, lo más importante, puso a Rota en el mapa de todos sus paisanos como interesante destino turístico y yankees en el mundo hay la tira.
Los vecinos de la localidad esperaban que el presidente se diera un paseo multitudinario por las calles de Rota e, igual, desde el ventanuco del despacho que da a la plaza donde se ubica la Parroquia de Ntra. Sra. de la O el alcalde terminara ofreciendo un sentido discurso de bienvenida, brazos en alto, al estilo Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall. Claro que Arana e Isbert no guardan mucho parecido, tampoco Villar del Río con Rota, aunque al menos esta vez sí y a diferencia del guión de Berlanga los americanos hicieron parada, breve, pero histórica.
Gobierno PP. No merece mucho la pena detenerse sobre el asunto de formar gobierno porque todo esto no es más que una pantomima absurda, como quien tira una moneda al aire sabiendo que en ambos lados hay cara. O sea, saldrá cara. Solo falta escenificar la puesta en escena para que el PP sea investido y gobierne en minoría, para lo cual deberá conceder cosas y ante la idea parece dispuesto. Pedro Sánchez debe asumir el desgaste de permitir un gobierno del PP y, por añadidura, entender que su vida al frente del partido termina tras el próximo congreso. No hay más, el resto es un debate estéril, vacío e inocuo porque la alternativa son unas terceras elecciones y eso a todos les viene peor salvo, quizás, a un PP que igual entonces no necesita a nadie porque alcance mayoría absoluta. E igual, también, a Sánchez si se da validez a la retorcida teoría de que aguantará con el "no" para propiciar unas terceras elecciones bajo el único objetivo de salvarse porque, ante esa posibilidad, tendría que ser candidato otra vez y, con ello, salvaría el congreso que sobre su defunción política está previsto y que no podría ser demorado de nuevo. Mandaría al PSOE por el desagüe, eso sí, pero él lograría conservar puesto y cargo por cuatro años más. Quizás solo esté jugando con ese as en la manga de cara a negociar la resolución de todo.
Todos ellos, asuntos menores ante el horror, ese que conduce por un paseo marítimo, como tantos otros, repleto de personas, como tantos otros en verano. Personas que pasean en paz. Luchar por no ser prisionero del miedo, sabiendo que nadie está a salvo. La condición humana nos hará, como tantas otras veces antes, olvidar porque no hay otro modo de seguir caminando, olvidar, aunque ahora, golpeado por este horror a bajo coste, uno solo sea capaz de rescatarse a sí mismo imaginándose hecho hielo entre licor noble y seco en medio de este julio caluroso, horrible, salvaje, ausente de noticias buenas; turbado, diluirse como lo hace el frío cubito en alcohol, que lo disuelve canalla para llevarlo a la boca y rasgarlo todo mientras baja lento. Atravesar juntos garganta, estómago, riñón para ser despedido con virulencia por orificio íntimo; depurado y arrojado al mar, tal vez terminando donde la línea azul del horizonte separa el cielo del mar. Allí, diluido, deshelado, libre.
Bomarzo