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El jardín de Bomarzo

Estimado L

Hoy toca plegar. Cerrar el jardín sencillamente encajando la cancela, sin candados, dejando paso libre para quien desee pasear

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  • EL JARDÍN DE BOMARZO. -

Hoy toca plegar. Cerrar el jardín sencillamente encajando la cancela, sin candados, dejando paso libre para quien desee pasear mirando atrás por alguno de los senderos surcados esta temporada que hoy se cierra; porque, estimado, con estos calores, con este viento levantino azotando matojos y arboleda, con tanto insecto picoso de verano, no queda mejor opción que instalar riego automático y abandonarse en la búsqueda de uno mismo a través de cosas bien sencillas: la salinidad justa de fino o manzanilla en maridaje con alguna cosa que antes coleteaba por el mar, el deshielo lento con sustancias que mezclen bien y hacen clin, clin, los libros acumulados durante el invierno que esperan pacientes eternas tardes de verano de esas que el sol acaricia suave y uno no sabe si seguir volando atado al párrafo o perderse con la luz naranja que raya el mar, las curvas tersas, tallas de mujer completa, ante cuyos paseos rítmicos de orilla uno olvida el vino, aparta el libro, se cubre del sol y solo piensa lo bello que es agosto posado sobre la piel morena de mujer hecha. Así estamos, estimado.

Estimado, visto lo cual, no te hablaré por tanto hoy de si Rajoy o Sánchez y de su pantomima nacional que bien merecería una secuela de Berlanga, o dos, de si PSOE esto, PP aquello, congresos, jueces y criterios según qué sujeto acomode banquillo, sindicatos, administraciones públicas, cuitas políticas locales o tantos otros asuntos que han iluminado casi cincuenta episodios esta temporada, séptima. Aceptables o fallidos, de todo hay, pero jardines sin condiciones, sin guías, sujetos solo al desequilibrio mental de quien disfruta volando pegado al suelo; es más peligroso ante el riesgo por obstáculo imprevisto, pero el vértigo seduce. Se puede ser de nadie por, aunque solo sea, descarte, asumiendo, eso sí, ser sospechoso para todos, pero te diré, estimado, que los políticos no son más que personas iguales, temerosas del futuro, con hipotecas e hijos, que intentan en la mayoría de los casos hacerlo lo mejor que pueden y saben, prisioneros de un sistema y que no pocas veces, cansados por tantas cosas, anhelan en privado dejarlo y dedicarse a labores más mundanas. Dura solo un instante, bien es cierto, porque el resto del tiempo resulta grato y es por ello que participan cuidando mucho lo que dicen porque, en definitiva, son prisioneros de las siglas que los ponen o quitan. Reflejo en todo caso de esta sociedad nuestra. De lo que somos todos. Solo que no nos gustan los espejos porque es mucho más fácil señalar el defecto ajeno que, estimado, escrutar grano propio y eso es muy español.

La sociedad solo avanza aprendiendo de sus errores. E igual que hoy sería socialmente inadmisible ser gobernados bajo el yugo de un estado militar o retroceder en materias como educación, sanidad, pensiones o derechos sociales; e igual que nos hemos educado en pocos años en aceptar reformas en materias como el consumo de tabaco en recintos cerrados o la educación vial y el tiempo ha dado la razón a quienes promovieron las leyes, aprenderemos de nuestros errores actuales para que esta fractura social provocada por el fraude colectivo pase a mejor vida. Y fraude es el que comete el poderoso aprovechando el poder que le otorga el pueblo, también aquél que se realiza aprovechando las grietas que permite el sistema. Grietas, muchas veces, intencionadas porque todos saben que por ahí hay un salidero, o por allí, pero el modelo es permisivo por su incapacidad de generar bienestar para todos. En todo caso, fraude. ¿Cómo resultaría una sociedad en la que no defraudara nadie? Distinta, tal vez peor porque seguramente, se me ocurre, nacerían otras perversiones ante la necesidad de la condición humana de saltarse las reglas.


Atravesamos un momento distinto y solo el paso de los años sabrá medir las consecuencias de este inicio de siglo, en parte fruto de una globalización que, sin darnos cuenta, lo está cambiando todo; cada día nacen conceptos nuevos, expresiones que hace un año no significaban nada y hoy, en una mañana, son virales. ¿Viral? Dícese del hecho de que alguien relata una estupidez soberbia con imágenes y en redes sociales obtiene millones de reproducciones en un rato, lo cual resulta tan excitante por las posibilidades que el hecho ofrece como inquietante por, exactamente, lo mismo. Hasta la muerte, esta oleada de maldad que nos sacude, se ha hecho hueco en la red para expandirse como la niebla turbia en el amanecer del campo. Las redes sociales convierten a cada persona en un medio de comunicación en potencia y para obtener difusión hay que decir o hacer barbaridades para que los demás se percaten. Los medios de comunicación tradicionales, por todo ello, sufren porque de pronto las redes les sustituyen y no encuentran manera, estimado, de volver a ser los canalizadores de la información para seguir ocupando esa posición de privilegio que siempre tuvieron para contar qué y cómo. El mundo se dispara, por aquí, por allá.

Estimado lector, cómplice, aprobante o crítico, injurioso a veces, estimado y libre siempre. Por mucho que la sociedad avance siento la necesidad de reivindicar hoy el gusto por lo simple; por la esencia de un apretón de manos que sella un pacto, por ceder galante paso o asiento a una mujer sin que salte alguna feminista acusándote de algo, por cultivar el respeto a nuestros mayores porque ser viejo es señal de haber vivido, por el olor que emana el papel de un libro recién abierto o el de la humedad que deja la lluvia en verano. Por darle tiempo a todo aquello que lo necesita, por evitar las prisas. Claro, también por las historias bien contadas. Me perderé este agosto pensando en ello en algún rincón de este paraíso llamado Cádiz, a quien cataré a sorbo lento, a dentellada limpia, quizás en memoria de las cosas bellas que de verdad nos hacen felices. Cosas sencillas, a mano, como un libro, un vino, un paisaje, un beso.

"Las diferencias entre el hombre y la mujer son reales, somos criaturas diferentes, eso es algo que guarda relación con la forma de hacer y de sentir. Por supuesto, el amor tiene muchas facetas, pero ¿qué hay más profundo que el encuentro sexual en sí? Escribo acerca de lo que sé y de lo que siento, independientemente de que guste o interese". James Salter, escritor.

Bomarzo

bomarzo@publicacionesdelsur.net

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