La historia es esta: Las Tribus de Israel, que un día salieron de Egipto, anduvieron vagando por el desierto por espacio de cuarenta años. Mucho tiempo parece para encontrar la Tierra Prometida que, además, estaba muy cerca, atendiendo a los resultados. Esto es algo que no se comprende; ni tampoco se entiende cómo es posible que al desierto que era Canaán en aquella época y que todavía sigue siendo, se prometiera como si de un paraíso se tratara. Pero, en fin, así parece haber ocurrido, o así lo cuenta nuestra historia.
Bien, pues además de vagar por los desiertos de la zona durante cuarenta años, para encontrar un erial que estaba muy cerca, años después, unas cuantas Tribus se perdieron, no se sabe muy bien cómo. Son las que conocen como Las Diez Tribus perdidas de Israel.
Dice la tradición escrita que Yahvé castigó a Moisés a no pisar la tierra donde su pueblo se iba a asentar, pero su Dios, indulgente con él, tuvo a bien mostrársela desde la cima del Monte Nebo, desde donde el patriarca despidió a su gente y quedó esperando la muerte que le sobrevino más tarde. Allí, en la cima del Monte Nebo, descansan sus restos.
Hasta aquí, con mucho más lujo de detalles, nos lo cuentan las Sagradas Escrituras. Lo que se dice a continuación no tiene el tinte sagrado de revelación divina, pero es algo cierto y se puede comprobar.
Al norte de la India, entre este país y Pakistán, se encuentra una región llamada Cachemira, cuya titularidad se la disputan ambas naciones y es foco de conflicto permanente. La capital es Srinagar, situada al norte del lago Dal que inunda con sus aguas buena parte de la ciudad a la que se conoce como la "Venecia Asiática". Cerca de allí, a sesenta kilómetros, se encuentra el Monte Nebu, en cuya cima hay una tumba, que sin ninguna apariencia especial, alberga los restos de una persona fallecida muchos siglos atrás. Muy próximo al lugar, una comunidad de judíos cuida de la misma con dedicación y entrega, asegurando que allí están los restos de Mussa, nuestro Moisés.
En 1976, una obra de Andreas Faber Kaiser, catalán de ascendencia alemana, revolucionó el mundo de las teorías religiosas en torno a la figura de Jesús. Su título es: Jesús vivió y murió en Cachemira. El libro pretende demostrar que Jesús no murió en la cruz, sino que fue rescatado antes de producirse el fallecimiento por su amigo José de Arimatea, prestigioso e influyente personaje de la época. Prueba de ello es que no se le quebraron las piernas como se hacía con todos los crucificados, medida piadosa, aunque inhumana, para acelerar la horrible muerte en la cruz. Al no tener el sostén óseo de las extremidades inferiores, el cuerpo cae, siendo sostenido exclusivamente por los brazos, lo que hace angostar la cavidad torácica que termina por asfixiar al crucificado.
Sacado subrepticiamente del sepulcro, Jesús se repone de sus heridas y se presenta ante sus discípulos que piensan había muerto en el martirio.
Luego de algún tiempo impartiendo las últimas instrucciones, desaparece para siempre.
Sin embargo, la Iglesia Católica ha ocultado algo que sale de la mano del mismísimo Saulo y es que éste se entrevista con Jesús en la ciudad de Odesa, en la actual Ucrania, a orillas del Mar Negro y está vivo y en perfecto estado de salud.
Aquí sí que se pierde la pista de manera definitiva y esa pista parece que la encuentra, a finales del Siglo XIX, un estudioso ruso llamado Nicolás Notovich.
Este inquieto y arriesgado viajero, arqueólogo, periodista y escritor, viajó por la India hasta Cachemira y el Tibet. Subiendo por el valle del Indo, entró en la región de Ladakh en donde hizo posada en el monasterio de Mulbeck. Allí, de boca de un monje oyó una sentencia que lo dejó perplejo: "El único error de los cristianos ha sido que, tras haber adoptado las grandes doctrinas de Buda, se han separado completamente de él, al crear para sí mismos un Dalai Lama distinto". Notovich comprendió que se refería al Papa, pero no entendía por qué habría de considerársele un Dalai Lama distinto. Su informante le dijo que ellos también respetaban al que los cristianos llamaban "Hijo único de Dios", del que pensaban era un hombre bueno que había seguido las doctrinas de Buda. El monje le confesó que en lamaserías de Lasha existían documentos antiquísimos en los que se referían actos de la vida de aquel a quien ellos conocían por el nombre de "Issa" y al que los cristianos llamaban "Hijo único de Dios". Así, buscando denodadamente esos antiguos manuscritos, Notovich llegó hasta la lamasería de Hemis, en donde el lama le confesó que en su biblioteca existían esos textos.
Intrigado por su espíritu inquieto y porque la historia era apasionante, Notovich profundizó en el tema cuanto pudo y con regalos y agasajos, incluso haciendo creer que se había lastimado una pierna al caer del caballo y no podía caminar, se quedó varios días en la lamasería, en donde el lama accedió a leerle los doscientos cuarenta y cuatro versos de un manuscrito escrito en lengua "Pali" que parece ser, era la lengua en la que Sidarta Gautama, conocido también por Buda, predicó los siglos VI y V antes de nuestra Era y que procede del sánscrito. Los manuscritos se databan en el año doscientos después de Cristo.
Notovich anotó los versos y con su contenido escribió, en francés, su libro más famoso: La vida secreta de Jesús. En ese libro, siguiendo los versos que le han sido leídos, dice que Jesús se marcha de Palestina siguiendo unas caravanas de comerciantes y a la edad de trece años, momento de su vida en el que debía tomar esposa y que él no deseaba pues quería continuar célibe. Dice también que llegó hasta la India, buscando la tumba perdida de Moisés y allí pasó gran parte del tiempo aprendiendo las doctrinas de Buda. A los treinta años, formado en la religión budista, adornada con sus propias interpretaciones, regresó a su Palestina natal, en donde predicó hasta que fue apresado, torturado y crucificado.
La teoría de su vuelta, después de la crucifixión, ya no es cosa de Notovich, la retoma Faber Kaiser, cuando impulsado por la lectura del libro del ruso, decide ir a Cachemira y allí se encuentra con una sorpresa enorme: Jesús está enterrado en Srinagar, en el barrio de Khanyar y en el interior de un edificio cutre llamado El Rozabal. Un mínimo cartel anuncia que allí se encuentra la tumba del profeta "Issa".
Junto a la tumba, situada en el suelo con una lápida sin inscripción, se observa una piedra cuadrada en la cual se han grabado unos pies que en su centro presentan unas heridas como las que dejarían los clavos en el tormento de la crucifixión.
No es obligado creer en nada de esto, pero al menos hagamos el favor a nuestra inteligencia de plantearnos algunas cuestiones al respecto, aunque sea como un simple ejercicio mental que nos ayude a creer por nuestro propio convencimiento, o a no hacerlo por la misma razón, pero sin que en el proceso entren a formar partes doctrinas aprendidas o consignas incrustadas en nosotros desde la más tierna infancia.
Analizando un poco la situación, podríamos decir que es posible que Moisés, llegase a la región de Cachemira, la cual sí que puede presentarse como tierra de promisión, al menos con ventajas sobre Canaán. Allí vive hasta que le llega la muerte y es enterrado en el Monte Nebu, tal como nos dice la Biblia. La comunidad judía, cuya existencia en aquel lugar carece de todo fundamento histórico, podría ser el residuo de las perdidas tribus, a las que muy posiblemente la endogamia, el desmembramiento y otras causas, haya ido consumiendo en vez de crecer como hacen todas las comunidades.
No es imposible, es más, tiene más visos de credibilidad que cualquier otra teoría o narración que no se apoye en hechos reales, como los que se han descrito.
Durante veinte siglos, nadie ha podido explicar qué hizo Jesús, el hijo del carpintero, desde los doce años que apareció en el Templo, rodeado de sabios, hasta los treinta en que empezó a predicar. Tampoco nadie se ha preocupado en averiguarlo, quizás por esa desidia investigativa de los católicos y esa tendencia a creer a pie jutillas a los textos escritos, sin plantearse ninguna reflexión. Sin embargo, aquí se da una explicación a los hechos y, a falta de otra, y estando como lo está, recogida por escrito en textos que son tan antiguos como nuestros propios evangelios, han de tener al menos la consideración que se merecen. Se puede creer lo que dicen o no hacerlo, cada quien es libre de optar, pero no se puede negar que están los textos y están las tumbas, de "Musa" y de "Issa"
¿Llegó hasta allí Moisés con alguna de la Tribus Perdidas? Imposible de saber, pero no imposible que sucediera.
¿Fue Jesús tras las huellas de la tumba perdida del Patriarca? Tampoco es imposible. Una cosa es cierta, o al menos así se cree, junto a las cualidades humanas excepcionales de Jesús, están su inteligencia y sabiduría. Algunas cosas en su vida hacen pensar de él, que incluso no siendo el Hijo único de Dios, era un ser poco común, que recibió una esmerada educación y que posiblemente conociera cosas que al común de los mortales se le escapaba.
Se le presenta como perteneciente a la familia de un humilde carpintero, pero hay quien no piensa así, no porque el padre no fuera carpintero, que posiblemente lo sería, sino porque en aquella época los artesanos no solían ser tan pobres como se ha descrito. Pensando en el momento histórico, la carpintería debería ser, junto con la albañilería, las dos profesiones más boyantes de la época, por razones lógicas, lo que hace sospechar que el nivel económico de la familia fuese bueno y permitiese a Jesús recibir una esmerada educación.
Nada se puede asegurar, pero quizás fuera muy conveniente que la Iglesia Católica no despreciara esta teoría sin antes hacer una investigación seria sobre el asunto. Ya sé que alguno dirá que estoy loco; que no hay más verdad que lo que está en los Evangelios, pero es necesario recordar que esto que se ha referido, también está escrito y que muchos de los Evangelios, escritos por similares personas a las que la Iglesia considera Los Cuatro Evangelistas, escribieron otras crónicas muy distantes de las llamadas "Sinópticos" pero que, por designio de las personas que en aquel momento detentaban el poder de la naciente comunidad, fueron considerados "apócrifos", palabra que en sus principios quiere decir oculto y que luego va desvirtuando su significado hasta adquirir el matiz que la iglesia quiere darle y que no es otra cosa que no tenidos por verdaderos.
¿Quién es nadie para decir lo que es o no es verdad, según convenga a sus intereses? Pues lo hicieron los Padres de la Iglesia reunidos en Concilios, pero eso será otra historia.