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Mortadelo en el CNI

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El Centro Nacional de Inteligencia lo dirige Alberto Saiz, según se publicó en su día en el Boletín Oficial del Estado, pero por un misterioso prodigio parece que unos días lo dirige Mortadelo y, otros, Filemón.

A estas alturas el problema no es si el director de los servicios secretos ha hecho, como tantos altos cargos, abuso de los medios puestos a su alcance, porque somos gente del Mediterráneo y ya estamos acostumbrados a que los bienes públicos sean confundidos con bienes privados por los administradores a los que les pagamos el sueldo. El problema es que los que pagamos el sueldo al director del CNI tenemos la molesta certidumbre de que le estamos pagando el sueldo a un tonto. Si el tonto estuviera en un lugar de la Administración en el que las tontadas apenas tuvieran repercusión, y fuera un poco más discreto, el asunto no tendría mayor importancia, porque en nuestra Administración no escasean los mentecatos ascendidos a responsabilidades para las que están perfectamente indocumentados. El problema principal es que en la lucha antiterrorista –y aún está caliente el cadáver de la última víctima– tiene mucho que ver este organismo, y que su mal gobierno, descontento interno y falta de eficacia puede traducirse en más muertes.


Si el presidente del Gobierno y la ministra de Defensa insisten en la equivocada consigna de “sostenella y no enmendalla” cometen un gravísimo error, porque el Mortadelo que dirige a los espías no es un necio a secas, sino que pertenece al género de los necios engreídos, y estos no descansan nunca, al superponer un desatino sobre otro, y, como diría Erasmo, creen que un pedo se puede tapar con una tos.

El mayor error no es lo que haya hecho o no, sino que ahora mismo carece de autoridad moral para mandar a gente que se juega la vida, y que puede desbaratar información muy sensible. No estamos hablando de dinero público, sino de vidas humanas.

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