Contrastes hubo muchos, como en todos los espectáculos. Porque no podemos aspirar tampoco a salir contentos y satisfechos por todo cuanto presenciamos. Claro que, se objetará y con razón, hubo cosas que, cuando menos, eran perfectamente mejorables. Por ejemplo, la aburridísima actuación de una artista como Remedios Amaya, que tendrá apartado y párrafo aparte en el cierre de esta crónica.
La temperatura era más agradable que la del primer viernes, porque una suave rachita bajeada de aire proporcionaba por momentos el alivio necesario para ver y sentir a gusto el espectáculo. La afluencia de público fue masiva, como en la jornada precedente, demostrándose que, a pesar de la tan repetida crisis, la afición persiste en su loable empeño de asistir a cuantos ciclos flamencos pueda. Y a esa sentida afición sólo se le pueda decir: ¡ole!
Antonio Peña El Tolo abrió la velada, acompañado por la gran guitarra flamenca de José Ignacio Franco. Una de las grandes virtudes del cantaor –y fueron muchas a lo largo de la noche– radicó en la interpretación de varias letras novedosas que aludían a su lugar de origen dentro de Jerez, es decir, San Miguel, La Plazuela... haciendo mención a los elementos emocionales que nutren la memoria de este artista desde su niñez hasta nuestros días. El recorrido de El Tolo transitó desde la alegría inicial, con sabor y gusto, pasando por una exquisita soleá, una buena y sentida seguiriya, unos fandangos con valentía y coraje y una óptima bulería.
Joaquín El Zambo llegaba en segunda instancia al tablao del Astoria después de la actuación anterior. El listón había quedado alto, demasiado tal vez para un artista al que le falta conocerse un poco más para que las cosas le salgan mejor. Por ejemplo, a la hora de los tonos, elevados en exceso. Así le cuesta trabajo llegar. Con lo bonitos que son los tercios dichos con gusto y sin reventarse la voz. La apertura deparó unos aires de Málaga, a continuación una bulería por soleá, acto seguido una seguiriya y, como remate, las bulerías. Le secundó a las seis cuerdas Domingo Rubichi, que se adaptó bien a las circunstancias e hizo un toque medido.
Tras el descanso, el baile de Estefanía Aranda. Y en el proscenio de calle Francos, junto a la bailaora, el cante de Eva de Rubichi, el violín de Sophia Quarenghi, las guitarras de Domingo Rubichi y Juan Manuel Aguilar y el bajo de Richi, entre otros. La puesta en escena fue muy interesante, por lo llamativa y novedosa. Un buen elenco de músicos que no tuvieron, sin embargo, la suerte de una megafonía en condiciones.
El remate corrió a cargo de la sevillana Remedios Amaya. Es inevitable recordar que en 1983 representó a España en el festival de Eurovisión y la mala fortuna que tuvo en aquella noche aciaga de los cero puntos. Puede que, en parte, eso le haya pasado factura. Entonces era muy joven, el tiempo transcurre y los desastres se olvidan con madurez y profesionalidad. Poco ha aprendido esta cantaora si, veintiséis años después cometé fallos garrafales como cantar todo el rato de pie fuera de micrófono, o persistir en su línea de flamenco canastero en exceso camaronizado. Su voz, duele decirlo, deja mucho que desear, pese al eco de fondo característico. Y el recorrido para el que está capacitada es bastante limitado, pues no sobrepasa los palos típicos de tangos y una mijita por bulerías. Lástima, en esas circunstancias, no escuchar bien la guitarra de Juan Diego, que se tuvo que apartar del micrófono para que se escuchara la voz de la artista trianera.