El viraje fue notable con respecto a noches anteriores. La barca del flamenco, envuelta en fechas precedentes en una especie de zozobra artística que estuvo a punto de dejarla encallada en las aguas del aburrimiento antes de que arribase al puerto de la jondura, enderezó el viernes el rumbo con un fuerte golpe de timón hacia el muelle del buen arte. La diferencia fue evidente.
La sensación térmica, donde la canícula hizo de las suyas, fue especialmente agobiante anteanoche. Ello hacía que el público anduviese de aquí para allá, inquieto, entrando y saliendo de la zona de sillas del patio, quizás buscando el refrigerio contra la calor. Y entonces, también, vino el cante para aliviar.
La primera en intervenir fue la portuense Nazaret Cala, acompañada a la guitarra por Isaac Moreno. Su periplo en el escenario se inició con unas malagueñas, donde la calidad vocal se puso de manifiesto, lo mismo que en la soleá, de trazos interesantes, al igual que en los aires de Cádiz y en la seguiriya. Aunque de más a menos, su actuación fue buena en general.
El cante de Luis Moneo, para los cabales, es una muestra impotante de lo que son los tercios flamencos bien dichos. Acompañado a la sonanta por su hijo Juan Manuel, Luis abrió por cantiñas, expresadas con sabor melódico de la Tacita y literario de Jerez, siguió con una soleá –probablemente lo más granado de su repertorio en el Astoria–, una seguiriya de profundos ecos, y para concluir, una bulería made in Sherry.
No conviene dejar la sensación tampoco, por lo escrito hasta aquí, que toda la primera parte fue impoluta. Los mismos altibajos de la primera protagonista los acusó el segundo, pero son cuestiones de escasa repercusión y, por lo tanto, la abstracción de estos detalles no debe ocultar la grandeza general de sus respectivas intervenciones en el tablao.
La segunda parte, como de costumbre, arrancó con el número de baile, que dejó buenos trazos de su protagonista, el jerezano Fernando Jiménez, quien supo plasmar, sobre todo en la soleá, una elegancia en sus gestos artísticos. El cante de atrás, más las guitarras de Domingo Rubichi y Pepe del Morao arroparon bien ambas salidas a escena de Fernando quien, para darse un respiro, permitió, antes de su bulería postrera, cantar por tangos a su elenco. Así terminaba la participación del baile en la tercera jornada del Astoria.
La afición jerezana más veterana recuerda con emoción a Manuel Valencia, más conocido como Diamante Negro, por su participación en la grabación de un disco ya mítico del flamenco local como Canta Jerez. Más de cuatro décadas después, el genio de Diamante Negro, aunque con muchas carencias vocales, volvió a manifestarse.
Es cierto que no está en facultades como para hacer un recital completo, ni siquiera parcial. Está muy rozao, como se suele decir, y en esas condiciones, con unas cuerdas vocales tan resentidas, la complejidad de dar un espectáculo en óptimas condiciones es harto difícil. Pero el que tuvo retuvo y a trancas y barrancas fue sacando adelante tercios de una inmensa categoría por alegrías, soleá, malagueñas, bulerías... incluso en el recitado de una poesía de Rafael de León dedicada al torero Manolete con el que puso fin a su paso por el tercer Viernes Flamenco 2009. Le acompañó a las seis cuerdas Jesús Álvarez.
El fin de fiesta por bulerías fue ya, cerca de las dos menos cuarto de la mañana, la clausura definitiva de un evento como éste, el tercero de la presente edición, que es, hasta la fecha, el más completo de los celebrados en el Astoria.