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La tribuna de Viva Sevilla

Lorquísimo, 120 años: Federico en Federico

Francis López Guerrero, profesor de Lengua y Literatura, rinde homenaje a Federico García Lorca con motivo del aniversario de su nacimiento.

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Yo, que tengo el cuerpo difuminado y arrumbado en el trastero de las cosas del otro lado: me entristecen los cuerpos frívolos que se entregan con impudicia a la fiesta vana de la calle. A los que se ofrecen como una verbena andante para reivindicar sus apetencias. A los privilegiados, los soberbios, a los que legislan, inventan nomenclaturas y falsas ciencias para no perder el estatus. A los que están tan segurísimos de sí mismos que hasta les sobra el mundo con todos sus semejantes dentro.

A los engolados, a los pedantes investidos de honor, que almacenan en la garganta las falacias bien dichas y luego se marchan a darse el festín de la materia. A los que se han enriquecido a izquierda y derecha con el trabajo honrado de la muchedumbre. A los adoradores de la técnica, a los idólatras del dinero que han explotado y humillado al hombre. A los que miden siempre sus propósitos en euros. A los negociantes y políticos insensibles que han permitido que se hagan collares divinos de la muerte con las tripas de gentes sencillas.

A los demócratas que cuando pierden sacan el látigo y se descomponen. A los demócratas que cuando ganan sacan la retahíla de las palabras mentirosas: la solidaridad, el compromiso, la empatía y todo el diccionario de la falsedad al que yo le prendo fuego ahora mismo con la ira sin consuelo de los afligidos. A los que trafican con la bondad y la inocencia de las personas. A los que no sueñan porque cada uno de sus sueños se ha cumplido a costa de las pesadillas de los otros.


A los cínicos que hacen economía por detrás de los llantos. A los que se declaran mensajeros del dolor en fastuosos escenarios. A esos, he venido a reclamarles la parte de destino que nos corresponde. No estoy con Dios ni con el Diablo, ni con las mayúsculas ni con las minúsculas; ni con el soporte digital ni con el soporte papel. Estoy instalado de por vida en el centro de la muerte, pero con una voz fuerte que remonta los siglos y las injusticias.

Estoy con el hombre perdido y humillado al que le están quitando todos los soportes. Con el hombre oprimido y perplejo al que están desposeyendo del sostén básico de vivir con dignidad, mientras el hombre poderoso, estúpido y rococó se dedica a inventar la palabra interminable sostenibilidad y eso lo vende como triunfo y salvación. Por el lenguaje empezó nuestra mayor traición. Por las palabras empezamos a traicionarnos. El lenguaje ya no es un apéndice del espíritu, es otra herramienta sometida más.

El lenguaje que amo ya no es humano y abomino de la burocracia fantasma del sistema que se ha apoderado de él y certifica a raudales sin saberlo la tristeza de muchos niños cautivos en la miseria de sus barrios. Ha pasado el tiempo del relativismo y el anonimato. Ha llegado la hora de decir con quién se está. De elegir entre la palabrería pulimentada o la mano tendida. De golpear con el corazón a favor de la creación o de la destrucción. De lanzar metáforas mortíferas contra el lenguaje oficial y correcto, que es un embuste muy peripuesto dentro del vacío más oscuro. Los indignados son temporales. La indignación es eterna. A los que pisotean antes y después del discurso.

A los que alimentan víboras en las entrañas y luego se pasean dichosos y lustrosos con sus títulos sociales. A los que pronuncian sin pudor la palabra amor y luego apuñalan la espalda de los corazones. A los que reparten retóricas en lugar de panes y peces. A los que desprecian al hombre por sentirse muy hombres. A los fanáticos. A los chivatos de la muerte. A esos, he venido a reclamarles la parte de vida y de sueño que me pertenece. He venido como un viento enfurecido a señalar las puertas y las ventanas de la injusticia con una marca de sangre inacabada. Solo traigo la palabra en cal viva y las ansias de cuerpo, de boca, de manos. Porque solo quiero lo que es mío y está todavía aquí, abandonado en la tierra, con su cara de niño malherido en la guerra de los mayores y los tiranos. Lo que es mío está aquí todavía, tirado en medio de la calle, con su cara de niño hambriento en el banquete escandaloso de los poderosos y los mentirosos.

Solo quiero lo que es mío, con su cara de niño triste y sucio, que no le dejan preguntar a los obispos, ¿cómo puedo llegar al cielo? He venido como un viento enfurecido a estrangular el corazón viejo del terror y a tragarme sin escrúpulos el semen macho de la violencia, pero te prometo, amor mío, que mañana seré de nuevo brisa de océano para tus ojos. Me dijeron que escribiera y he escrito como un estigma río que sangra su curso por las calles arramblando las pancartas frívolas que claman en nombre de la congoja. Propongo y dispongo el silencio y el frío. El desnudo y los gestos. Me dijeron que viniera y he venido, no como un cadáver de aniversario, sino como un escupitajo de sangre para todo aquel que quiera ser alcanzado. Lorquísimo y enfebrecido: “Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”.

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