Cada vez encuentro menos argumentos para defender ante mis hijos que la bandera de España es un símbolo de todos, incluido ellos. En el instituto el ambiente se ha puesto algo enrarecido desde hace unas semanas, imaginarán por qué. Ya en su día me informaron con sorpresa de que algunos compas habían ido a mítines ultras, y ahora esos chicos se pavonean en pasillos y patio con cierta mezcolanza de triunfo bélico y orgullo racial, aunque su aspecto delate el origen medio moro de casi todos. Alardean con un exhibicionismo rojigualdo, algo que nos recuerda a los mayores aquellas jornadas de manifas con su momento caliente desde los balcones de la sede política situada encima de la confitería Filella.
Y, aunque puede parecer que vamos hacia atrás, no estaría tan seguro. Por ejemplo. Observo en los periódicos que mi estimada Charo Padilla hace el recorrido habitual del pregonero, con el regalo de una pomposa encuadernación de plata para su futuro texto. Es la primera mujer pregonera, ya se sabe, y quizás por eso en el acto sólo hay hombres. Algunos dirán que no se trata más de que hasta ahora no existió ninguna mujer capacitada para tal menester. Quizás sea así, nunca he oído un pregón -Dios me libre- y puede ser que todos, todos, los declamados hasta ahora hayan sido un prodigio masculino de prosa, verso y entonación. Aunque repasando la nómina de elegidos, lo dudo.
O el asunto de la familia. No cabe duda de que la familia sigue siendo la estructura social de mayor peso en nuestro país. La prueba del nueve es que todo tipo de familias surgen por doquier. Tengo ya no pocas amigas que se han casado con otras señoras. Casi todas tienen hijos. En algún caso aportando una de ellas el óvulo, y la otra la matriz y el consiguiente parto, lo cual es un hermoso equilibrio maternal. No entiendo el empeño tan rojigualdo por reivindicarla heterosexual, cuando a la vez se impulsa con afán los colegios de un solo sexo.
Más curiosidad me produce el ímpetu que viviremos para evitar la paulatina desaparición del toreo; pues según la estadística oficial de festejos anuales, cada año se montan menos por mera falta de aficionados. O la castiza reivindicación de la caza. En una sociedad cada año más urbana, más culta, menos primitiva, agarrarse a prácticas de un pasado que, en nuestro país, nunca fue mejor, tiene algo mezcla de vintage y cazurro. Lo cual es muy literario y da para escribir artículos como este. Así que será divertido, que no es poco.