Sostenía Dante que, en poesía, la palabra ha de tener siete sentidos. Cualesquiera poetas sabios y elementales cumplen sin esfuerzo esta premisa a la hora de ponerse a su labor. Enumerarlos sería prolijo y excluyente. Me remito a uno del pasado siglo, el premio Nobel italiano Eugenio Montale (1895-1981), hacedor de una obra revolucionaria y hermética donde la metáfora fluctúa a expensas del entendimiento del lector, uno y múltiple.
En este sentido, Alessio Brandolini (Roma, 1958) es poeta montaliano. "Tu corazón es un bombo" (Vaso Roto, 2025) su último poemario, repercute con verbo caleidoscópico en la tradición de la memoria vital y del misterio de lo que fue, de lo que pudo haber sido y del futuro más o menos previsible a partir de ser tramitado.
Divide Brandolini su libro en cuatro secciones: Diario de la ceniza, un recorrido escueto y sólido por los sitios y las sombras que lo atrapan ("Nos ponemos y frente al espejo hay un niño/ triste, lleno de arrugas"); El lado oscuro de la pureza, cuando las figuras del padre desaparecido y de quienes convivieron con él aparecen como contrapunto de la realidad ("Entre nosotros un muro de sombras para cruzar/ a nado y en soledad, una brazada tras otra"); Camino dentro de mí, obligado viaje sin retorno hacia el conocimiento de lo acumulado en vida y en el que el diálogo con los recuerdos y los lugares de antaño se tornan inéditos ("...permanecer aquí donde cada día inicio/ el prodigio"); y, por último, el que da título al conjunto,Tu corazón es un bombo, "un esfuerzo modulado -según su atinado prologuista Francesco Tarquini- por una variedad de imágenes que afianzan el peso del sentimiento".
Ese ronroneo metafísico que se percibe con la música del verso, AlessioBrandolini lo transmite con peculiar destreza: las composiciones se deslizan a través de una mística consustancial al sonido de atmósferas, aromas, sensaciones y renuncias. El autor se somete a una elaboración tonal muy cuidada (lo cual es de agradecer en la certera traducción al español de Jeannette L. Clariond), facilitadora de simetrías recurrentes entre la evolución del interior incierto de quien se sume en el marasmo de vida y el lenguaje que crece a impulsos de lo visionario.
Resulta fácil caer en un lirismo seco o trabado por la turbiedad del pasado o lo tosco del devenir inmediato. El mérito radica, empero, en encauzar el idioma hacia el territorio fiable de la metáfora alentadora de comprensiones muy sutiles. Brandolini se ejercita en ello con maestría porque se reconoce en el poder sugestivo y salvador de la palabra.
Valga el hecho de que cuando se dirige a los suyos o habla de ellos como apéndices de sí mismo, o cuando trata de los tránsitos que lo condujeron a la madurez, lo hace siempre con un deje de ensoñación constatada, mas tangible y verificable. Es una manera de merecer lo que se ha amado y, por ende, se ha temido perder. Y una manera hermosa de reivindicar lo que se sufre cuando alguien o algo se pierde.
Claro está que ésta ha sido siempre una de las eternas cantilenas del poeta. Así y todo, y por supuesto, quien se establece entre lo real y lo mítico con el propósito de detenerse y contemplarlo y revivirlo y contarlo, cae en el precioso riesgo de expresarlo a flor de poesía: "Hechos confusos, historias desagradables frenan la alegría, pero hay una llave sobre la mesa que abre las puertas del corazón".
