Los palos en el flamenco son como los géneros en literatura, una forma de expresión que en el caso de la bailaora María Moreno (Cádiz, 1986) bebe de los grandes maestros pero sin encasillarse: un trampolín para nuevas experiencias que afronta sin límites a partir de nuevos códigos, es el Flamenco 2.0.
"Pero yo soy bailaora, ¿eh?", matiza rápido en una entrevista con EFE antes de participar en Valladolid dentro de uno de los espectáculos del Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle (TAC), en su caso dentro de un antiguo monasterio benedictino (siglo XIV) reconvertido en museo de arte contemporáneo: tradición y vanguardia, como su arte.
"Lo que más me gusta es dejarme llevar totalmente, hacer cosas que no he hecho nunca, que salen del corazón y no desde el estudio. Ahí me siento totalmente libre y sale una María que no es sólo bailaora", explica esta gaditana asidua en la Bienal de Flamenco de Sevilla y de máxima proyección.
Ahora levita por los claustros del antiguo monasterio de San Benito con su espectáculo "Verso libre", una hoja en blanco, sin guión, una forma de experimentar que emerge desde una personalidad inquieta y versátil: "quiero descubrir cosas y vivir experiencias", ha subrayado sin desflecar la estela de monstruos sagrados como Vicente Escudero, a quien cita como uno de los referentes del baile.
Toca los pitos y la gente que asiste a "Verso libre" la sigue como si fuera el Flautista de Hamelín: se detiene, habla, explica lo que hace, sale a los patios, pasea las galerías y danza al toque de Eduardo Trassierra mientras los muros benedictinos proyectan una imagen de Vicente Escudero, a quien dedica una soleá.
"Me gusta agradecer a los grandes maestros que han roto barreras y ha permitido que mi generación podamos ser más libres. Soy una bailaora pero no de hace setenta años. Tengo las herramientas que quiero usar pero lo que hago tampoco es un flamenco contemporáneo", ha analizado.
En la soleá es donde se encuentra más a gusto María Moreno, uno de los palos que toleran una mayor expresividad en movimientos, giros, zapateados y desplantes: escribe con el cuerpo quien a los 8 años se matriculó en el Conservatorio Profesional de Danza de su Cádiz Natal y que a los 16 ya ingresó en la compañía de Eva Yerbabuena.
Lejos de acomodarse en un compañía de referencia y proyección internacional, apostó por "descubrir nuevas cosas y experiencias, aprovechar para vivir experiencias y abrir otras puertas... todo eso lo he llevado a mi baile", ha añadido en velada referencia al título del libro ("Yo bailo") donde explica su teoría con fotos de Susana Girón, como hace décadas hizo el propio Vicente Escudero.
"Soy una bailaora que no tiene ningún miedo a mostrar su personalidad, por eso a veces me alejo de esa estampa tradicional: soy algo camaleónica", resume con la picardía que insinúa una sonrisa de ojos verdes.
Al desparramar la vista, María Moreno otea un flamenco "que se ha profesionalizado muchísimo" pero encuentra que el trato institucional que se le dispensa no está a la altura de "una de las culturas más internacionales que tenemos, y es hora de que se tenga en cuenta", advierte.
Pero no todo es cante y alegría, desgarro y lamento, sino que detrás hay "un trabajo enorme" que con frecuencia la gente no percibe porque piensa que el flamenco "es algo natural".
"Para el flamenco hay que tener un don, sí, pero hay que trabajarlo. Es precioso pero muy complicado, una labor que está un poco oculta. La gente no es totalmente consciente de todo lo que hay detrás... sólo con tener el don no vale", ha remachado.