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Misión Imposible. Sentencia final: Ethan Hunt completa el círculo

Es lenta, hablan mucho, lloran mucho, se reduce a dos secuencias espectaculares, pero a Tom Cruise hay que hacerle un monumento por cómo reivindica el cine

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Tras las anteriores entregas de Misión Imposible -Fallout y Sentencia mortal-, sin duda las mejores de la saga junto a la cinta inaugural de Brian de Palma, que fue quien estandarizó la exitosa fórmula, había una enorme expectación por conocer su desenlace.

l resultado, en realidad, es algo decepcionante, o cuando menos no ha estado a la altura de esa expectación. Sentencia final es excesivamente larga, a ratos lenta, sus personajes hablan demasiado, lloran demasiado, la trama es difusa a ratos, plagada de flashbacks, muchos de ellos innecesarios, el guion parece estar escrito a la carrera, sin importarle un pimiento si las situaciones son escandalosamente inverosímiles -en las siete películas anteriores hay situaciones inverosímiles, pero nunca llegas a ponerlas en duda; aquí sí-, carece del sentido del humor presente en cada filme, como si pretendiera contribuir a la solemnidad con la que envuelve cada una de las decisiones que debe tomar el protagonista, y lo apuesta todo a dos secuencias prodigiosas, espectaculares, rodadas de forma magistral, pero que no se bastan por sí solas para sostener una función de esta dimensión, aunque sí valgan el precio de la entrada.

Esas dos secuencias, largas, complicadas, emocionantes, se desarrollan en el interior de un submarino y a bordo de dos avionetas clásicas; juegan de forma hábil con la tensión del espectador, lo llevan al extremo, incluso a la duda, y responden a lo que uno sabe que va a encontrar en Misión Imposible, a lo que Tom Cruise ha ofrecido en cada una de las cintas: una experiencia cinematográfica que obligatoriamente ha de vivirse en el interior de una sala de cine.

Y es una pena, porque en cierto sentido echa por tierra todo lo que aparecía tan bien planteado en la película anterior, con un discurso que iba más allá del mero entretenimiento, que se asentaba en las dudas del presente en torno al poder de la inteligencia artificial, al regreso a un mundo más analógico, al temor a la manipulación extendida a través de las redes sociales y alentada por populismos de toda índole, e incluso al temor a una guerra mundial.

Todo eso, aunque forma parte del punto de partida de esta prolongación, queda reducido a atrezzo, a excusa para avanzar a trompicones y dentro de un marco espacio temporal más que improbable, mientras se juega a establecer conexiones con cada una de las aventuras anteriores del agente, de manera que Ethan Hunt se encargue de cerrar el círculo que él mismo inauguró hace 29 años en aquella primera misión en Praga que precipitó cada una de las misiones y decisiones posteriores.

Insisto en lo de la decepción, pero eso no impide el reconocimiento al actor, productor y alma de la saga. A Tom Cruise hay que hacerle un monumento por su compromiso con el cine de acción de calidad, porque es un compromiso con la industria del cine y con los espectadores, de alguien que ama el cine y lo demuestra. No sólo ha renovado el canon del cine espectáculo, sino que ha reinventado la figura del héroe para el siglo XXI.

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