La pelea por los Óscar no solo redunda en el prestigio personal de ganadores y nominados, sino que garantiza unos notables ingresos procedentes de la taquilla internacional, donde el estreno de las películas seleccionadas suele coincidir con la celebración de la ceremonia. Hay casos excepcionales, como el de la aún reciente
Moonlight, que, al menos en nuestro país, pasó muy desapercibida en taquilla después de arrebatarle la estatuilla de la gloria a
La, la, land en la foto-finish -en España, su recaudación total no rebasó los 2,5 millones de euros-. E incluso casos a la inversa, el de películas que disfrutan de una segunda vida en cartelera tras triunfar en la gala, como le ocurrió a
El silencio de los corderos, vencedora en 1992, muchos meses después de que el filme ya hubiese arrasado en todo el mundo.
Algo similar le ha sucedido ahora a
Parásitos, la celebrada película del surcoreano Bong Joon-ho, estrenada en nuestro país hace cuatro meses y que, en las últimas tres semanas, ha duplicado todo lo recaudado hasta entonces: en total, casi siete millones de euros y más de un millón de espectadores; con el añadido de que el éxito se circunscribe, además, a una película asiática, por muy presentes que tengamos otros trabajos anteriores de su realizador, caso de
Memories of murder, The host -atrévanse, si no lo han hecho ya, con su particular aproximación al cine de monstruos-,
Snowpiercer y
Okja.
En su favor no parece haber funcionado solo el Óscar, sino la consistencia del boca a boca ante la peculiar propuesta del filme que, más allá de alguna reconocible referencia a la que remite de partida, caso de
El sirviente de Joseph Losey, se reivindica desde los inesperados recovecos por los que transita tras superar sus flirteos con la comedia de enredo y la comedia negra e instalarse en la sorpresa y el desasosiego continuo. Como dijo José María Latorre de
Casa de juegos, “lo mejor es que no me la sé”. No te la sabes, y por eso mismo te dejas llevar de la mano de un realizador interesado en subrayar el subtexto que atraviesa toda la película, el de los nuevos ricos y los viejos pobres de siempre: los que se arrastran por el suelo, comen de las sobras, tienen su propio olor desagradable y la certeza de que será imposible escapar de las sombras.