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Todo está ferpecto

“Las personas así les ocurren a las circunstancias y a las condiciones”

Releo a Faulkner y vuelvo a asombrarme con su modo de interrogar la naturaleza humana, la pasión, la locura, lo insondable del amor con todas sus consecuencias

Publicado: 21/05/2025 ·
21:28
· Actualizado: 22/05/2025 · 00:08
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  • Libros. -
Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

Todo está ferpecto

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Mi viejo amigo K, periodista que no ejerce por voluntad propia (experto en asuntos económicos, pero también es un tipo polifacético que podría escribir los más descacharrantes pies de fotos del Qué me dices!) es la persona más parecida a Pedro García Cuartango (en cuanto a gustos, porque mi viejo amigo K es barbilampiño y no sabe francés) que conozco.

A mí me ha gustado siempre Pedro García Cuartango. Ignora mi existencia y nunca he tenido oportunidad de trabar amistad, claro, pero mi viejo amigo K me crea la ilusión de escuchar sus recomendaciones y análisis de películas y libros, sobre todo. E incluso, lo siento, Pedro, mejora recomendaciones y análisis.

Ambos, en cualquier caso, sienten auténtica devoción por Faulkner, como los vecinos del fantástico pueblo de Amanece que no es poco. Y ambos coinciden en que ¡Absalón, Absalón! es la mejor novela del Premio Nobel. De él hemos estado hablando mucho mi viejo amigo K y yo últimamente.

Le reconocía que esta novela, particularmente, se me atragantó un poco por mis limitaciones intelectuales, supongo. Cada uno con sus capacidades. Pero he leído mucho a Faulkner porque cada una de sus obras es un “monumento verbal”, en palabras del crítico y escritor estadounidense Alfred Kazin, o, según el título, “una selva en la que el lector debe abrirse paso con machete y que se cierra unos momentos después”, como apuntó su biógrafo David Dowling, citado por Pedro García Cuartango en un muy recomendable artículo de hace siete años.

Sin embargo, más allá de los complejos ejercicios narrativos que le han valido el reconocimiento universal, me fascina, confesaba a mi viejo amigo K, la trascendencia espiritual, en el amplio concepto del término, de su obra en conjunto.

“Nuestra tragedia actual es un miedo físico y universal, tan largamente padecido que hemos llegado incluso a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu. Tan solo una pregunta: ¿cuándo seré aniquilado? Por este motivo, el hombre o la mujer que escribe hoy ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, que son lo único que puede cimentar la buena escritura porque son lo único sobre lo cual vale la pena escribir, aquello que justifica la agonía y el sudor”, dijo Faulkner en diciembre de 1950 ante la Academia Sueca.

Por ello, su literatura interroga la naturaleza humana, la pasión y la locura, lo insondable del amor.

Respecto a esto, hay un pasaje en La ciudad, novela que releo precisamente ahora y fragmento que le hice leer a mi viejo amigo K, que me obsesiona: “Los poetas se equivocan, desde luego. Pero es que, además, los poetas casi siempre se equivocan en cuanto a los hechos. Ello se debe a que no les interesan los hechos realmente: solo la verdad; por esto la verdad de que ellos hablan es tan cierta que aun los que odian a los poetas por instinto natural se sienten exaltados y atemorizados por esta verdad”.

No es solo una declaración de intenciones en cuanto a la literatura, es toda una declaración de principios en cuanto a cómo afrontar la vida. No me cabe duda. A mi viejo amigo K, tampoco. Desconozco cuánto del Faulkner hombre hay en esas líneas; quiero creer, no obstante, que mucho, todo, atendiendo a su azarosa juventud, a las leyendas sobre sus costumbres, y el hecho de que al menos tres o cuatro novelas fueron escritas en estados de ánimo excepcionales, que fue a contracorriente, empeñado en sacudir al lector con su enmarañado estilo y sus tramas salpicadas de sangre derramada pródigamente y violencia por la mano de la fatalidad.

Una constante en su obra es precisamente la imposibilidad de establecer la verdad. Sus personajes,  “sometidos a una suma de circunstancias que hacen aparecer culpable al inocente, se someten sin duda a los hados, y considerando estéril cualquier tentativa de oponérseles, aceptan sus leyes como dictados del destino (…), y por impulso de inconsciente protesta contra esa aceptación, desencadenan desastres”, analizó el académico Ricardo Gullón. La tensión entre la perdición por la verdad y la salvación por la mentira se resuelve con el drama.

En La Ciudad, el trágico final de la relación prohibida de Elua y Manfred da buena cuenta de ello. La mujer, víctima de amar de corazón y ser correspondida pero no tener los arrestos de romper con las convenciones sociales; su amante, por desafiarlas. “Las circunstancias y las condiciones no les ocurren a las personas como Mr. De Spain, sino que las personas así les ocurren a las circunstancias y a las condiciones”, afirma Faulkner.

La azarosa juventud del escritor estadounidense, su entrega por las letras (“leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo”) y que pasara más de media existencia ebrio y con un cigarrillo colgado de sus labios completan la impresionante figura de un autor imprescindible para escapar de la grisura de la realidad.

El trago favorito de Faulkner era el Mint julep (güisqui bourbon, azúcar, menta triturada y hielo servido en una taza metálica helada) y sus mezclas de tabaco preferidas, Dunhill’s 965 y Balkan Sobranie. Como si tienen una botella de cava o un poco de ginebra y un paquete de Winston. Beba y fume cualquier cosa siempre que sea para leer a Faulkner. Déjese caer en los abismos del ser humano para no perecer en los suyos.  

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