Supermán es uno de los iconos de la cultura de masas del siglo XX. Hasta Umberto Eco lo colocó en la portada de Apocalípticos e integrados.
Aparte de eso, no hay otro superhéroe que le iguale, como bien argumentaba Quentin Tarantino en Kill Bill 2, y pese a que hemos tardado mucho tiempo en darnos cuenta de que a quien admirábamos, en realidad, era un extraterrestre. De Krypton, sí -como si fuera el nombre de un pueblo perdido de Wysconsin-, pero extraterrestre.
En el fondo, es un debate con aristas: ¿y si decimos persona migrante en vez de extraterrestre? De hecho, salvo por sus poderes extraordinarios, es idéntico a nosotros y fue acogido por una familia humilde después de que sus auténticos padres lo embarcaran rumbo a nuestro planeta para poner a salvo su vida.
Hasta que Hollywood decidió polemizar con el asunto, Supermán triunfaba entre nosotros por la defensa de unos valores universales en los que sobresalía la lucha del bien frente al mal y la entrega por los demás, encarnados bajo la figura de un protector omnipresente que lo mismo te bajaba un gato subido a un árbol que desviaba un misil nuclear rumbo a tu ciudad. Esos valores en desuso -no hay más que mirar a lo que ocurre en Ucrania o en el territorio de Gaza para sentir cuán lejos están de materializarse- son los que ha venido a reivindicar la nueva película en torno al personaje creado por Joe Shuster y Jerry Siegel hace casi 90 años, al tiempo que ejercita una vuelta de tuerca en torno a sus orígenes, lo que equivale a llevar el debate sobre su naturaleza alienígena al de la aceptación de su papel como extranjero en su país de acogida.
La cuestión, incluso, va más allá, y ha desatado toda una oleada de críticas desde los sectores más extremistas y conservadores de Estados Unidos -y hasta de Israel-, puesto que el punto de partida del filme es la intervención de “el gran azul” en una invasión territorial por parte de las fuerzas opresoras de un país vecino, con la peculiaridad de que el oligarca agresor le da un aire a cierto mandatario israelí y los ciudadanos que sufren los ataques pueden pasar fácilmente por palestinos.
Este hombre de acero no sólo reparte golpes y sostiene edificios, sino que es capaz de sacudir conciencias a poco que sepamos establecer conexiones que, al parecer, resultan peligrosas para quienes intentan imponer realidades extremas y odios desatados en busca de un provecho particular. Al final sólo nos quedan los valores para vencerles.