A cualquiera de nosotros nos gusta ser sorprendidos en algún momento por un regalo, que ya de entrada por muy simple quesea nos parece precioso, desde el más mínimo detalle como puede ser la llamada de un amigo con el que hacía tiempo que no hablábamos hasta leer un libro, recreándonos en la forma y adentrándonos en el fondo hasta darnos un paseo de media hora a la orilla del mar, tiene un efecto benefactor en nuestro equilibrio y bienestar.
Maximiliano y Agilberta tenían una interesante conversación cada día en la que desde sus experiencias y con sus expectativas daban un repaso a lo hecho y planteaban proyectos por realizar. Eran aquellos momentos de madrugada buenos momentos para debatir y polemizar , pero también para encontrarse y regalarse la posibilidad de conocerse más y mejor.
En aquellas conversaciones transitaban por toda la realidad y la ficción, tocando todos los temas, viendo desde las primeras luces donde estaban los trazos y los tachones, y que nos hacen indignar entre improperios y maldiciones, aunque abundaban más las satisfacciones y las alegrías de un nuevo amanecer.
Aquellos ratos de reflexión mañanera les llevaba a interesantes pensamientos, y entre intenciones e ingenuidades, y el análisis de algunos personajes en los que se ponían de manifiesto la gran diferencia entre lo que quieren ser y lo que pueden ser.
Como entre cuentos y recuentos, no podemos confiar demasiado en aquella gente que dogmatizan y dicen que solo debemos creer lo que ellos nos dicen. Nos terminamos dando cuenta que son potencialmente peligrosos, ya que no nos invitan al diálogo pero siempre van presumiendo de sus malditas buenas intenciones e intentan manejar y manipular nuestras vidas.
Placeres y disfrutes de estar juntos cuando caminaban por su ciudad como siempre, observando, intentando vivir más lo que les rodeaba y a ellos mismos , de una manera más rica, más sencilla y a la vez compleja y más intensa. Experimentaban una sensación placentera en la que cada momento vivido les parecía no solo distinto sino nuevo.
Agilberta y Maximiliano eran artesanos de su propia vida sin necesidad de ofensas ni de soportar humillaciones, y procuraban contagiarse de emociones positivas, regalándose islas de silencio que les repararan del ajetreo diario, y marcando distancias de aquellas personas que les resultaban tóxicas y les daban malos rollos.
Es necesario buscar cada día tiempo para desconectar y saber retormar el día a día con fuerza e ilusión. Como Maximiliano y Agilberta entre sensateces y locuras, hemos de sentirnos orgullosos de lo que pensamos y sentimos , creando entusiasmo y siendo protagonistas de nuestro propio destino.
Tendemos a mitificar el mal y empequeñecer lo bueno en una contradicción que nos cuesta asimilar, y tapamos a los argumentos y razones con ocurrencias y aspavientos, vacunados de cursis y creídos. clásicos por dentro y vanguardistas por fuera, alejados de la realidad y cercanos a la fantasía. Entre coherencias y contradicciones, agujeros y resquicios, malvados y bondadosos, y en esa búsqueda constante, entre muchas dificultades y algunas facilidades, enfrentados y enlazados, anticipamos el futuro y aceptamos como inevitable, lo que realmente no lo es.
Sembramos dudas y cuestionamos ideas, soportamos estoicamente servidumbres y miserias, abrimos y cerramos puertas a sueños dulces o pesadillas tormentosas, euforias y decepciones, de lo excesivo a lo escaso, conformistas y rebeldes para poner y quitar tonterías diciéndolas o escribiéndolas, esperando en algún momento un precioso regalo.