Vladimiro Vomitivo

Publicado: 25/09/2012
Allí estaba impasible e imposible. Como si no sucediera nada, como si todo estuviera a sus pies. Se consideraba el único líder, el salvador de salvadores...
Allí estaba impasible e imposible. Como si no sucediera nada, como si todo estuviera a sus pies. Se consideraba el único líder, el salvador de salvadores. Desde hacía tiempo, el pueblo abrigaba la esperanza de poder derrocarlo algún día, pero no era misión fácil, ya que Él, Dios de Dioses entre los mortales, quería perpetuarse y había estado preparando a su heredero para que continuara la opresión de la voluntad popular.

Vladimiro Vomitivo formaba parte del paisaje de aquel pequeño, bello y perdido país en las montañas del Tíbet, en el que iban surgiendo voces discrepantes y contestatarias hacía aquel dictador que llevaba cerca de cincuenta años en el poder absoluto y corrupto, en el que a pesar de su irrelevancia en el concierto mundial, habían sucedido todo tipo de cosas.

Había promovido todo tipo de conspiraciones, crímenes, guerras civiles y conflictos sociales, que le sirvieran para hacer más patente el terror que inspiraba en todo aquel que conocía su existencia. Muchos analistas, de estos que dicen lo que debemos hacer los demás pero no se aplican la regla, no acababan de explicarse las causas de tal estado de cosas. Pero las dictaduras y los fenómenos pseudodemocráticos no son exclusivos de países lejanos o subdesarrollados, sino que bajo trajes y túnicas aparentemente participativos, se esconde en ocasiones algún que otro responsable municipal que como V.V. se enfervoriza con la música y el ruido de sí mismo.

Tanto en un caso como en los otros, es como si estuviéramos viviendo un programa de ordenador, una simulación de la vida real en el que los efectos se confunden con las causas y nuestros apóstoles de la persecución de las libertades provocan todo tipo de desgracias y dolores.  En el caos y la confusión que generan se produce la duda dramática sobre si la gente es sumisa por el miedo al personaje o su resignación es quien le consolida como un autocrático sin remedio.

Lo cierto es que hay quienes, desde esta concepción del gobernar, viven encerrados en una densa niebla en la que no existe más luz que él mismo, único guía y valedor de todas  las esencias. No existe en su universo la división de poderes, porque él los reúne todos, y los ejercita en beneficio de la minoría que le apoya y sostiene, con el dinero o con las armas, comprando o aplastando cualquier intento de pluralidad, con una ideología de pensamiento único pero sin ideas.

Pero los tiempos cambian que es una barbaridad y ahora, con  las nuevas tecnologías, las  dictaduras y las revoluciones se producen a través de internet y se concretan en las redes sociales. Y así asistimos a movimientos tan fuera del control de los gobiernos como el 15 M o 25 S, que intentan zafarse del poder de los ciberdictadores en forma de mercados y globalizaciones.

La pregunta que todos nos hacemos en el grado de autonomía y privacidad que nos dejan, es hasta que punto nos podemos permitir el lujo de ejercer nuestra ciudadanía con todos sus derechos, de qué forma somos libres para decidir o si estamos condicionados y limitados, estando más cerca de la frontera de convertirnos en súbditos. En este presente que ya es futuro, nuestra esperanza es que mantengamos nuestro juicio crítico ante la invasión de estímulos que nos bombardea y no perdamos nuestra capacidad de cambiar sin, por eso, perder nuestra identidad.

Y no olvidemos lo que decía ese gran escritor italiano que era Alberto Moravia que “una dictadura es un estado en que todos temen a uno, pero también ese uno teme a todos”.

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