El tiempo en: Jaén

Curioso Empedernido

Suitberto Desregularizado

Suitberto estaba como el mercado, desregularizado, quizás por los graves efectos de la crisis. Entre angustias y sobresaltos, más aislado que conectado con la realidad...

Suitberto estaba como el mercado, desregularizado, quizás por los graves efectos de la crisis. Entre angustias y sobresaltos, más aislado que conectado con la realidad, más ausente que presente, más apartado que integrado, nuestro personaje se hacía y deshacía, se actualizaba y se ignoraba.

Acostumbrado a superar todos los ocasos de sus atardeceres  y aprovechar todos los albores de sus amaneceres, Suitberto, en su Algeciras de su alma, soñaba utópicamente con alcanzar metas imposibles y dar contenido a todas las superficialidades que se cruzaran en su camino.

Sus actuaciones estaban siempre presididas por la discreción y huía de alharacas y aspavientos y gustaba de conversaciones sin prisas, de no colgarse medallas que no le correspondían, de no conformarse en consuelos desconsolados o albergar a huéspedes siniestros.

Hacer magia de lo cotidiano se había convertido en su especialidad, aprovechando cualquier momento en una habilidosa anarquía de cómo recuperar pasiones olvidadas sin caer en agujeros negros, procuraba conjurar a los astros para descubrir lo maravilloso de cada objeto y situación.

La vida le había enseñado, a base de sangre, sudor y lágrimas, que, como decía el Che Guevara, “en la tierra hacen falta personas que trabajen más y critiquen menos, que construyan más y destruyan menos, que prometan menos y resuelvan más, que esperen recibir menos y den más, que digan mejor ahora que mañana”.

Con sus más  de sesenta años,  le había llegado la hora de la grandeza y  no de los tejemanejes, de reinventarse y sentirse ligero y descansado, de hacer desaparecer los fantasmas y expulsar las ideas negativas, de acostumbrarse a vivir con menos y disfrutar más.

Ahora, tras jubilarse anticipadamente, disponía de todo el tiempo para hacer lo que le daba la gana, de convertir en especial cualquier momento  de volcarse con la gente que quería, de no andar buscando los defectos a todo lo que se moviera a su alrededor.

No se sentía obligado de dar cuentas a nadie sobre ninguna cosa  y le gustaba de vivir situaciones diferentes de las que dictaba la moda. Procuraba no depender de nada ni de nadie, ni pretendía salvar a persona alguna  de sus neurosis y problemas.

Había aprendido la pequeñez de quienes se sienten grandes y poderosos para demostrar con sus actos su insignificancia, la falsedad de quienes solo tienen fachada y tras la máscara encierran a personajes mediocres e inútiles.

A  estas alturas de su biografía, se conocía lo suficiente, para alejar de su entorno a todo aquel que viniera a robarle la cartera, para saber escuchar las voces de su conciencia, para evitar reaccionar con ira, para no abrir su corazón a cualquiera.

Sus canas eran la evidencia de su elección en la vida, la dignidad antes que la amabilidad, el aprender a decir que no aunque eso molestara a algunos, el liberarse de los sentimientos de culpa, de vergüenza, de angustia, de odio y de rencor.

Tampoco se dejaba meter prisa por aquellos que la tenían para cubrir sus intereses, y tal vez su buena salud y su buen aspecto se debía y así lo verbalizaba a que no odiaba a nadie y sabía perdonar a quienes habían intentado hacerle daño.

Suitberto estaba desregularizado, pero quería seguir así y continuar tomando decisiones propias desterrando todo tipo de miedos.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN