El tiempo en: Jaén

Curioso Empedernido

Bartiolomea Seductora (I)

Aquella mañana había comenzado desprendiéndose de algo que le había costado mucho reunir en sus cincuenta y siete años de existencia, su colección de carteles de conciertos. Como buena aficionada a la música, eran más de seiscientos a los que había asistido, y ahora a sus años  se planteaba que sería de aquel patrimonio cuando ella desapareciera.

No se había dejado llevar por el corazón sino por la razón, tampoco pretendía una placa  en un lugar preferente, ni que aquella donación al Museo Municipal figurara en un escaparate como deseo de eternidad. Su objetivo prioritario es que quienes vinieran detrás pudieran tener el testimonio de la historia e intentar enseñar una minima parte de lo que había vivido y aprendido en su camino.

Su carácter propiciaba las relaciones sociales y los vínculos afectivos y sus argumentaciones daban pie al desahogo y a la esperanza de quienes le escuchaban, lejos de chuminadas y bagatelas,  de enredos y rumores, sin torturarse en el agua pasada que no mueve molino ni  en los personajes que están eternamente envueltos en la madeja de la controversia.

Superando con facilidad los líos y follones que le salían al paso, sabía recuperar la energía con rapidez, generando confianza y mostrándose genial, sabía gestionar su tiempo sin sentirse casi nunca desbordada por los acontecimientos.

Bartolomea, cuyo nombre era fuertemente sonoro aun cuando pudiera parecer con poco atractivo fonético, tenía el don de su naturalidad  en todo lo que hacía y huía de la exageración y la sobreactuación,  procurando expresarse de forma sencilla sin pretender crear una falsa imagen de ella misma.

Además siempre miraba de frente, con una sonrisa sincera que le granjeaba las simpatías de todos aquellos que le conocían, sin intentar dar gato por liebre y moverse entre una desinhibición afectada o una timidez fingida, sino en  la naturalidad de quien desea establecer una confianza mutua con las personas que se relaciona.

Tampoco nuestra amiga iba por la vida con un manual de tácticas y técnicas para lograr convencer al personal, lo que si había aprendido a manejar sus miedos y sus fobias, sin alevosía y premeditación sino con espontaneidad, pero con el firme propósito de hacer de cada momento, un tiempo distintos y diferente en el que no perder la oportunidad de sorprender y sorprenderse.

Había desterrado de su guión los disfraces y los maquillajes, los tópicos y las rutinas,  lo dogmático y lo inevitable, y procuraba dar oportunidades e incluir las sensaciones placenteras para disfrutarlas a tope y sentirse reconfortados tras cualquier esfuerzo.

Pero sobre todas las cosas no quería dejar de formularse  preguntas, sabía que por mucho que algunos se empeñaran en hacérnoslo creer no hay soluciones mágicas para problemas complejos, y que cuando se sale corriendo o se mira para otro lado y no se toman medidas  las cosas pueden ir a peor.

De todas formas, tal vez el gran atractivo de Bartolomea estuviera en el mantenimiento de su dignidad, la lealtad a sus ideas  y la convicción de la relatividad de su papel en el mundo, y que es posible disfrutar de la vida sin modas ni postizos.

Su poder  de seducción, quizás consistía tal y como decía Benjamin Frannklin en “organizar festines”, porque solo los locos son los encargados de hacerlo mientras los cuerdos son los convidados

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN