El triunfo del vacío

Publicado: 03/07/2009
A la hora de la verdad, muchos de nuestros triunfos, no son sino apariencias y espejismos, incluso en nuestro afán de planificarlo todo y de creernos únicos y excepcionales, se nos convierten en el peor de los casos en cuentos y mentiras, engaños y pequeñas trampas, olvidándonos que la vida está llena de imprevistos que pone en evidencia nuestros fallos y debilidades, por mucho que intentemos disimularlos.


En demasiadas ocasiones, perdemos excesivo tiempo en estulticias y estupideces, y no admitimos que subir, supone inevitablemente bajar, que la demagogia de los que aparentemente visualizamos como fuertes, provoca irremediablemente la desconfianza de los débiles, y que los roles con frecuencia están cambiados.
Estamos demasiado acostumbrados al placer, la seguridad , ejercer nuestra competencia y considerarnos creativos , sin admitir que para experimentar esa sensación de bienestar, hemos de sentir en nuestras carnes lo que es pasarlo mal, padecer momentos en los que la situaciones nos superan o admitir nuestras limitaciones, porque hay cuestiones que no somos capaces de resolver.

Nos empeñamos en buscar los vocablos más inusuales, en lugar de expresarnos con sencillas palabras y sonidos correctos para hacernos entender, en dejar escapar los mejores momentos de nuestra vida a cambio de asistir a reuniones importantes, en las que no preguntamos por qué creemos saber de antemano las respuestas o en las que si lo hacemos, en demasiadas ocasiones la contestaciones son más vacías que nuestras interrogaciones.

Entre la competencia y la búsqueda del triunfo, nos topamos con el fracaso de convertir la anécdota en categoría y la idea en dogma, transformando en un santiamén una actitud razonable en un comportamiento fanático, con el ansioso deseo de ganar a costa de lo que sea.

Consultamos mapas de espacios inexistentes, y nos marcamos hojas de ruta que no conducen a ninguna parte, montándonos en caravanas de ruidos y buscando oasis de silencios. Somos increíblemente caprichosos, no valorando lo que tenemos, y deseando lo que otros poseen para volver a desinteresarnos una vez conseguido.
Huimos o tenemos miedo de verbalizar nuestros sentimientos, quizás por esconder nuestras debilidades y complejos o por carecer de palabras suficientes para expresarlos, y a lo mejor nos evitaríamos muchos problemas de comunicación con los demás, que no debemos olvidar que también somos nosotros, si fuéramos capaces de decirles con claridad y respeto cuando nos sentimos tristes, furiosos, alegres o simplemente molestos.

Deberíamos convencernos que es sano y saludable para nuestro equilibrio y salud mental, el demostrar nuestra amistad y preocupación hacia los demás, sin que por eso perdamos un ápice de nuestra dignidad, sino todo lo contrario.
Que lejos de voces y alardes de poder, no nos viene mal controlar nuestras furias y frustraciones, en la que en la mayoría de las ocasiones en vez de mirar hacia afuera hemos de analizar sosegadamente hacia adentro, y descubriremos los grandes vacíos de nuestros éxitos.
Si ustedes, queridos lectores de Información, observan con atención a su alrededor, comprobarán que en esta selva urbana que habitamos la fauna humana, hay gente cuyo gran problema es de relación con ellos mismos, vamos que no terminan de aceptarse tal y como son y se llevan fatal con ellos, y claro en esas condiciones resulta tremendamente complicado que sintonicen adecuadamente con los demás.
Tal vez en una sociedad, en la que estamos contaminados por el deseo de triunfar que ha hecho fracasar a tanta gente, en la que la globalización nos sitúa a mano cualquier cosa, aunque no la poseamos, nos olvidamos con frecuencia de lo que afirmaba Godin “el necio que alcanzó el éxito dice ¡Mirad mi mérito! El sabio ¡Mirad mi suerte!”.

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