Nuestras mujeres y hombres de la política deberían por principio ser buenos comunicadores, y por tanto artistas en el arte del manejo de su principal medio de comunicación, su voz y su palabra, que al fin y la postre son sus instrumentos fundamentales que han de servirles para expresar, transmitir, persuadir y convencer, ya que cuando hablamos en público ponemos de manifiesto nuestras actitudes, virtudes, defectos, equilibrios, traumas personales, conocimientos e ignorancias.
De ahí que no resulte fácil, cada vez que nos tenemos que dirigir a los demás con nuestra verdad y nuestras convicciones, hacerlo de la forma más agradable y bella posibles, con gusto, siendo bondadosos y generosos, imprimiendo acción, y sabiendo trasladar a quienes nos escuchan, no sólo nuestras ideas sino nuestros afectos y sentimientos.
Tampoco es un ejercicio sencillo, sintonizar con los demás, de forma clara, modesta y provocando la simpatía de quienes nos escuchan, de tal manera que con nuestra presencia seamos capaces de descubrirles quienes y como somos, diciéndoles con nuestra actitud que nos sentimos a gusto con ellos y con nosotros mismos, sin presumir ni alardear.
Hay quienes son especialistas en aburrir hasta las ovejas, porque en lugar de ser dinámicos y modernos, son más antiguos que el andar hacia delante, en vez de ser originales recurren a ser meros imitadores de sus ídolos, porque son holgazanes y perezosos y ni estudian ni reflexionan lo que han de decir, y además son negados para organizar su pensamiento y mucho menos la expresión del mismo.
Son tan previsibles y aburridos, que sus discursos son un encadenamiento monótono de frases hechas y de latiguillos dialécticos, que lejos de hacernos viajar para vivir una pequeña aventura , nos ahoga en un mar de incertidumbres, contradicciones, tristezas y sufrimientos, donde no hay lugar para la intriga, el acertijo, la imaginación o la creatividad.
No corren buenos tiempos para que quienes se dedican al difícil arte de la política, se pierdan en disquisiciones inútiles, argumentos banales, espacios comunes y palabrerías huecas y vacías, y aquel que tiene la responsabilidad de dirigirse a los ciudadanos y ciudadanas, debe saber escalonar sus argumentos para seducir, distribuir adecuadamente los datos que proporcione, para provocar sorpresa, y saber disponer estratégicamente las ideas para estimular sentimientos positivos.
Estas pequeñas consideraciones, nos debe hacer pensar que quienes se dedican a la cosa pública, han de ser muy cuidadosos en sus intervenciones orales y ser conscientes que la mejor improvisación es la previsión, que hemos de invitar a nuestros interlocutores a dar un paseo con nosotros, no a mortificarlos y torturarlos a través de un camino lleno de obstáculos.
Para ello , hemos de huir por inaguantables de aquellos y aquellas, que nos machacan en sus apariciones públicas con discursos que nadie entiende, con actitudes tensas en lugar de estar seguros y relajados, repitiendo los manidos argumentos y las muletillas de siempre en vez de salpicar sus manifestaciones de variedad y alicientes múltiples , resultando distraído e incluso hasta divertido.
Cuando abrimos bien nuestros ojos y oídos, podemos constatar que en el mundo globalizado en el que vivimos, lleno de todo tipo de información en el mismo instante que se produce, y aplastados por los efectos de la crisis que fue, es y será, al menos en los próximos tiempos a pesar de los brotes verdes, la ciudadanía valora cada vez más a nuestros representantes, no sólo por su coherencia ética sino por su calidad oratoria.
Hay quienes resultan tan planos e insustanciales, que anuncian una fuerte inversión para su ciudad con el mismo entusiasmo que ponen en dar un pésame o comunicar una tragedia, careciendo de facilidad para explicar sus propuestas sin ninguna eficacia persuasiva, sin ninguna fuerza expresiva ni intensidad comunicativa. Seguro que a ustedes, queridos lectores, al igual que el que estas palabras escribe, se les está viniendo algún nombre a la cabeza, y es posible que tan sólo baste echar una ojeada a nuestro alrededor, para darnos de cara con algunos de estos personajes.