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Curioso Empedernido

Tormentosa cabezada

En ocasiones mucha gente se conecta a la tele para desconectar, y no se sabe que es peor, si mantener sus cinco sentidos en la realidad o permanecer abducidos por la programación de la multitud de cadenas, que alimentan nuestra irreflexión, provocándonos un estado entre el sopor y la hipnosis, que incluso puede llegar a la catalepsia, como si no hubiera señales de vida racional.

José Tomas Botones, no era pariente del genial diestro de Galapagar, ni del famoso sastre que destapó el asunto de los ternos del presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps. Eso si tenia una gran afición a las corridas de toros, y manejaba bien los hilos y las agujas.


Algo extraño ocurrió en su vida, y se pasaba horas y horas ante la pequeña pantalla, hasta tal punto que cuando por necesidades del avituallamiento tenía que salir a la calle, su cara era cada vez más rectangular y optimizada al formato de los ajustes y contrastes de su plasma de cuarenta y dos pulgadas, entre una expresión de ausente y ensoñación, que cada vez más parecía un ser de otras galaxia que había encontrado un buen refugio para sus frustraciones.

Un día cualquiera de este final del verano, en su animo de zapear entre las mil y una posibilidades que la pluralidad televisiva le ofrecía, le dijeron que ya había comenzado el curso, cinco días antes de lo habitual, que no había que preocuparse por la gripe A, que era una enfermedad de lo más leve y que la subida de impuestos sería limitada y temporal. Nuestro amigo se lo tragaba todo, desde los informativos hasta los programas del corazón, pasando por los concursos o los espacios temáticos. Estaba enganchado, su adicción resultaba preocupante, puesto que había momentos en que los síntomas de su dependencia eran tan graves que le situaban entre la fabulación y el delirio.

Había dejado de sentir la conveniencia de tener amistad con fulano de tal , relacionarse con don zotano de cual y el aliciente de poder acceder a mengano el importante , ya que era preso de la burbuja de contemplar la realidad a través de aquel ojo entre lo mítico y lo mágico.

A ver si resultaba que aquel aparatejo por el que contemplaba lo que pasaba en el mundo, era producto de una sugestión individual, o tal vez colectiva porque de vez en cuando, asomaba la gaita por los ventanales, y observaba como otros muchos urbanitas hacían lo que él, no hablaban entre ellos, no se comunicaban pero fijaban su mirada en aquellos receptores de imágenes o aparecían pegados a sus móviles, manía que el había logrado superar.

Sin embargo un día alguien desconocido dejó en su buzón un periódico, con todas sus páginas, sus fotos y sus titulares a tres y cuatro columnas y recordó que el de pequeño había aprendido a leer. Apagó el televisor y se entregó a la nueva aventura, y descubrió que podía pensar.

Le picó la curiosidad y a la mañana siguiente bajó de nuevo y sintió la tentación de salir a la calle, se acercó al quiosco y compró el rotativo del día. A eso en los días siguieron revistas y libros, y a la semana comprobó que el quiosquero escuchaba una radio. Recordó que el tenía una de esas, y se puso a buscar hasta reencontrarse con su viejo transistor.

De pronto dio un respingo, abrió los ojos y se encontró en el sofá envuelto en el capitulo de "Amar en tiempos revueltos", que tanto gustaba a su mujer y a sus dos hijas. Respiró aliviado, le parecía haber salido de un episodio de narcolepsia, aunque sólo había sido una tormentosa cabezada. Camino de la oficina, para abordar la segunda parte de la jornada laboral, pensó que ahora delante de la pantalla de su ordenador, podría ver una película, leer la prensa digital o escuchar las noticias, pero el seguía prefiriendo oler a papel, la compañía del aparato radiofónico que le permitía hacer otras cosas, y por supuesto, a ratos, la ventana digitalizada que le asomaba al mundo.

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