El virus de la corrupción

Publicado: 07/11/2009
Los momentos de la Historia, en la que nos ha tocado vivir y pretendemos ser protagonistas, tienen entre sus referentes más significativos a los virus. Es una palabra, que esta instalada en el imaginario colectivo como síntoma de contaminación y destrucción.
Los momentos de la Historia, en la que nos ha tocado vivir y pretendemos ser protagonistas, tienen entre sus referentes más significativos a los virus. Es una palabra, que esta instalada en el imaginario colectivo como síntoma de contaminación y destrucción.


Están aquellos que infectan a los ordenadores con los nombres más diversos e incluso atractivos, dulces y cautivadores, pero que los informáticos agrupan entre otros, bajo las familias de gusanos y troyanos, que pueden acabar en cualquier momento si no se adoptan las precauciones adecuadas con todo lo que almacenemos en nuestro disco duro, y los biológicos que pueden minar nuestra salud provocando enfermedades que van desde la gripe al sida, en ocasiones con fatales consecuencias.

En los últimos meses, además de desayunarnos diariamente con un nuevo programa que ataca a los contenidos que almacenamos en nuestras máquinas del presente y el futuro, vivimos bajo la presión del H1N1 o virus de la gripe A, entre el desconcierto mediático y el negocio de las grandes industrias farmacéuticas.

Pero tal vez, uno de los gérmenes más peligrosos para el conjunto de la sociedad y al sistema democrático sea el virus de la corrupción. Sin ir más lejos en nuestro país, todas las noticias a las que estamos asistiendo en las últimas fechas apuntan que alrededor de ochocientos son los implicados, entre políticos, funcionarios y empresarios, en los distintos casos que están siendo investigados judicialmente, de los que algunos ya están tras las rejas de la cárcel.

Ante esta situación, no podemos hablar de cantidad, ya que habría analistas que podrían argumentar, no sin razón, que es un porcentaje mínimo, y no les faltaría fundamento, puesto que la inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas, se dediquen o no a la cosa pública, son gente honrada y decente.

Pero está ocurriendo algo y muy grave, que puede llevar a la ciudadanía a la falsa generalización de "que todos son iguales", lo que además de injusto es incierto, y hacer que cada vez sea mayor el desapego hacia la política, mayor el número de electores que engrosen las filas de la abstención en los procesos electorales y menor el compromiso social.

Todo este cúmulo de despropósitos nos tiene que hacer reflexionar, al conjunto de la sociedad civil en general, y a los partidos políticos en particular como importante sostén de la democracia, que hemos de incrementar los medios y controles para que todos juntos batallemos hacia el objetivo de tolerancia cero ante la corrupción.
Lo más deseable para combatirla es colocar barreras anticontaminantes, al igual que ante el peligro del chapapote, para reducir al mínimo las ocasiones en las que se produzca. Creo que más eficaz aún que el castigo, lo más severo posible, es evitar las tentaciones, por tanto la mejor arma es la prevención.

Quienes han de representarnos en las distintas instituciones, tienen que ser personas que hayan demostrado sobradamente a lo largo de su vida pública y privada , su vocación de servicio, su honradez a toda prueba y tener como objetivo de su actuación el estar al servicio de las personas y de la sociedad, no de sus intereses personales. No obstante, si a pesar de estos mecanismo preventivos y de todos los controles, que las propias organizaciones políticas y la comunidad a través de los mecanismos de participación establezcan se nos cuelan algunos vivos, el Estado ha de modificar la legislación contra la corrupción, para dictar disposiciones que castiguen duramente a todos aquellos políticos o no, que jueguen con los recursos públicos para aprovechamiento personal y en la creencia de que son impunes.Ahora bien la responsabilidad no es sólo de las mujeres y hombres públicos honrados, de los partidos políticos, sino de todos y cada uno de nosotros y nosotras, con más democracia y más política con mayúsculas, denunciando las causas que favorecen las prácticas corruptas.

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