Si yo tuviera la clave para poder saber con absoluta certeza por qué los seres orgánicos que respiramos oxígeno traemos unos pulmones donde en sus sacos alveolares se realiza el intercambio gaseoso, no me plantearía interrogantes. También me llama la atención la cuantía enorme de oxígeno que hay en el espacio, lo que hace que algo de lo que no podemos estar faltos más allá de nueve minutos, no sea posible su carencia, porque nos aniquilaríamos unos a otros, para conseguir tener el mayor depósito posible del preciado gas. Pero hay un paso más que atrajo mi curiosidad: la técnica microscópica actual, permite ver los tejidos no solo a nivel celular, sino que estamos utilizando medidas inverosímiles como la micra o el nano. Hay que pensar que estos tejidos tenían esta estructura orgánica que ahora vemos y describimos con tan precisos detalles desde el principio de los tiempos y es fácil deducir que quien -o quienes- construyeron este prodigioso edificio que es el cuerpo de los seres orgánicos y el que más no interesa, el del ser humano, sabía y conocía muy bien lo que hacía, es decir, que todas estas estructuras que la ciencia nos describe tan perfectamente ya estuvieron en el saber de aquel que la puso en marcha.
Esto mismo se podría repetir para cada uno de nuestros órganos y funciones.
El ser humano parece que, por ley natural, tiende a la dejadez y a la pereza, aunque con brotes de eficacia, entusiasmo, creatividad y esperanza. Le aburre la monotonía o repetición de los mismos hechos, tan necesaria a veces y huye de las imposiciones que obligan a construir una concienciación de los límites de libertad e independencia. Es el problema a resolver de las liturgias religiosas a las que acuden cada vez menos fieles. Pero hemos hablado de brotes y en el mundo religioso hay dos a lo largo del año, Navidad y Semana Santa. Estamos en el segundo
Personalidad extraordinaria debió tener aquel ser humano -Cristo tuvo naturaleza humana- para ser tan seguido y para que la historia de la humanidad se contará en relación con su vida, como antes o después de Cristo. Y los odios no fueron menos. Conclusión. Juicios -siete- a cual más funestos. Sentencia con los condicionantes de asesinato y castigo denigrante en la cruz. El ateísmo considerado como la falta de atención a todo lo que tenga aroma religioso, se guarda en estos días de la Semana de Pasión en el mismo lugar donde estaban los escapularios y todos los estamentos públicos con poder se hacen católicos -o mejor dicho parecen-, porque están convencidos que hay más votos en el denso grupo cofradiero que en los que no toleran los desfiles procesionales. El pueblo salta a la calle, en porcentaje cercano al cien por cien, para ver unas imágenes que están todo el año en sus hornacinas sufriendo su soledad. Pero la fe parece que necesita conjunto, más que individualidad. Valga todo ello. Se hace teniendo en cuenta la entrega y tragedia de un Mesías salvador. Las procesiones en la calle son motivo de fe, renovación de creencias, penitencias, fraternidad, júbilo, alegría y puentes vacacionales.
Pero -todo tiene un pero- la realidad palpable y diaria nos lleva en estos días a establecer controversias que, en redes o medios de comunicación, se ponen de manifiesto. Dejando aparte los rencores, odio a los templos, intolerancia a todo lo que existe que no nos gusta y resentimientos de la última contienda civil -tan trágica para todos, incluidos los eclesiásticos y personas de fe- que los excluyo, por estas fechas siempre se discute sobre la verdad de estos hechos desde el punto de vista de si fue un Hijo de Dios a quien se crucificó o resultó ser solamente la tragedia de un líder de aquel tiempo convulso.
Es cierto que llevamos más de dos mil años sin una presencia palpable, física, que los más incrédulos piden constantemente, y es cierto que los problemas de intolerancia, venganza, odios o guerras cada día son más frecuentes, y que Palestina quizás esté en peores condiciones de vida que en los tiempos de Cristo, pero también es cierto que Él nos dejó bien claro, cuáles eran los fines de sus enseñanzas y es muy fácil para el ser humano ir siempre de víctimas, cuando tiene el libre albedrío para poder enarbolar con firme voluntad la bandera de la tolerancia y el amor al prójimo.
Hay dos sonetos en nuestra literatura, que son verdaderamente ejemplos en esta discusión planteada. Por una parte, los tercetos finales de uno de ellos dice:
No somos ante Tí todos hermanos/si lo somos porque no ser iguales/en la vida lo mismo que en la muerte/ mientras existan siervos y tiranos/y en la tierra consientas tantos males/no acabaré Señor de comprenderte. En su oposición el otro soneto nos dice:
Cuántas veces el ángel me decía/Alma asómate agora a la ventana/verás con cuánto amor llamar porfía/y cuánta, hermosura soberana/mañana le abriremos respondía/para lo mismo responder mañana.
El debate religión/ciencia no es preciso, porque además son líneas paralelas que acabarán uniéndose en el infinito. La ciencia se basa en el saber, pero lo que sabe y lo que le falta por saber -una enormidad- ya está hecho previamente por alguna mano que no puede desconocer nada de la estructura que ha realizado. La religión solo necesita fe y ésta no es preciso que se tenga que buscar un pedestal científico. Esta fe es la que me hace, a pesar de mis años, salir la madrugada del Viernes Santo a ver al Nazareno de la Isla por la calle Ancha (Maestro Portela) lugar en el que me crié. Allí me encuentro a muchas personas conocidas de diferentes edades a las que guían las mismas creencias y, entre ellas, a mi amigo Rafael Sestelo con el que comparto no solo esta entrega al Jesús más venerado de la Isla, sino también nuestra afición taurina, aunque él sea de Morante y yo del Juli.