Señora, que ya está bien

Publicado: 11/06/2011
Es superior a mis fuerzas. No lo puedo resistir. Cuando algunos de mis camaradas del manicomio se ponen nervioso, no sé por qué, pero siempre les da por comerse las uñas. Y yo me pongo más nervioso que ellos viendo que casi se comen los dedos de tanto apurar.
Para evitar eso, se les indicó por parte de la dirección que era mejor y más saludable comer pipas. Nos explicó el director que las pipas tienen unas cualidades maravillosas. No es que sirvan para ponernos cuerdos, pero, por ejemplo, dijo que el tallo de la pipa de girasol se emplea en dolores de cabeza, pleuresía, resfriados, llagas, heridas y trastornos nerviosos, se administra en forma de te; las semillas maceradas y friccionadas sobre reumas sirven para reducir molestias…, es decir, que parecen pintadas para nosotros. Bueno, pues ha sido peor el remedio que la enfermedad. Están todo el día comiendo pipas, y lo que es peor, dejan el patio que es una verdadera pocilga. Yo, que me considero una persona bastante comprensiva, aunque de neuronas frágiles, creí que eso solamente ocurría en el manicomio. Ya se sabe que los locos no sabemos lo que hacemos, pero hacemos lo que sabemos, aunque nadie nos haga caso y generalmente nos sigan la corriente para que no le abramos a alguno la cabeza de un silletazo. Sin embargo, estoy pasando el fin de semana en La Isla y me he dado una vueltecita por la Plaza del Rey. Aparte de los niños jugando como siempre, allí estaba ella con su mirada perdida en el horizonte y con la crisis dibujada en su semblante, pero comiendo pipas a toda pastilla. Por un momento me di la vuelta por no recordar el patio de mi loca casa, pero después me dediqué a observarla. Con su mano izquierda aprisionaba el indefenso paquete de pipas, como si se tratara de un pelele, y con su derecha era una auténtica máquina de sacarlas y llevárselas a la boca. En cada clic que hacía con los dientes partiendo la cáscara, entornaba los ojos un poquito, movía con rapidez la lengua atrapando la semilla y automáticamente escupía al mismísimo suelo lanzando saliva, cáscara y otras bacterias, como cualquier futbolista en el césped después de una carrera. Así una pipa detrás de otra. El suelo que yacía inocente a sus pies se fue llenando de cáscaras. Ella seguía con vigor su tarea y poco a poco se les fueron ocultando los pies entre tanto montón de cáscaras. Yo la iba a avisar, pero quise comprobar hasta dónde era capaz de llegar. Terminó un paquete y comenzó otro con la misma avidez.. Llegó un momento en que las cáscaras fueron extendiéndose por toda la Plaza del Rey hasta llegar a taparle los tobillos. Luego le tapó las rodillas y así fue subiendo el nivel hasta que el mismo Varela llegó a asustarse. Ella siguió comiendo y, aunque estaba dejando la Plaza más guarra que nunca, parecía que era feliz entre tanto despojo. Subía y subía el nivel. Las cáscaras llegaron a tapar el caballo, los leones y los ángeles que presiden el Ayuntamiento en todo lo alto. El de la trompeta tocó alarma, pero el de la derecha cogió la espada y pegó al aire tal tajo, que la señora salió despavorida entre todo el montonazo de cáscaras y cogió la calle Dolores abajo gritando como una endemoniada. Fue entonces cuando me desperté. Los niños seguían jugando y la señora comiendo pipas. Me volví al manicomio y les dije a mis compañeros que eran benditos del cielo, porque estando locos ensuciaban menos el patio con las cascaritas, que aquella señora cuerda, pero guarra y sin educación alguna. Ayer tomaron los políticos posesión de sus asientos. Me imagino que en sus mentes habrá alguna ilusión por cambiar algunas cosas, porque, si no la hubiera, es para darles con una tonelada de pepinos en la cabeza. Pues bien, a ver si alguno es capaz de acabar con esa guarrería de tirar pipas al suelo, aunque sea solamente por el hecho de que son un peligro para los niños y una porquería para los mayores. Haría falta una buena campaña de concienciación, después unas buenas multas y luego a descansar. Aunque no sé quién va a poner las multas, si los guardias están ocupados en la fantástica tarea de poner multas abusivas y de auténtico atraco a todo coche que asome por la calle Real.

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