El cadáver político

Publicado: 24/07/2011
Una vez me asomé, con toda mi buena voluntad, por el escabroso mundillo de la política y, como no prosperó la cosa y además la maquinaria de que disponen los partidos es tan poderosa que lo mismo te elevan que te hunden dependiendo de la familia con la que te juntes, algunos acordaron llamarme cadáver político.
Conozco a otros muchos que también recibieron ese sobrenombre a raíz de perder unas elecciones o por no ser especialistas en estar al sol que más calienta en el momento oportuno del día oportuno. Desde entonces vengo pensando en esa expresión maloliente. Los cadáveres suelen oler mal, pero yo me duchaba todos los días y no era capaz de percibir ninguna cosa rara. A partir de ahí siempre me interesé en saber qué era un cadáver político. Después de darle muchas vueltas al coco, por fin he conseguido saber lo que ambas palabras significan y se lo quiero contar, entre otras cosas porque hoy no tengo nada que hacer en este manicomio de locos y porque cada vez hay más cadáveres políticos danzando por ahí sin rumbo fijo.
Cadáver es alguien que está fiambre, es decir, que ha fallecido para los restos, que ha finiquitado o, como dicen en algunos pueblos, que ha dejado la cuchara. El origen de la palabra "cadáver" es muy curioso. Unos dicen que procede de recopilar las primeras sílabas de la expresión latina "caro data vermibus", que traducido al cristiano resulta "la carne dada a los gusanos". Otros afirman que un cadáver (del verbo latino cado) es el que ha caído, en contraposición al que está sano o firme; de ahí que el que está pachucho y no se encuentra firme del todo sea denominado infirmus, es decir, enfermo. Sea como sea, un cadáver es el que ni siente, ni padece. Pero yo notaba que, a pesar de todo, seguía sintiendo y padeciendo, por lo que no me cuadraba muy bien el apelativo.
Por otra parte, la palabra "político" procede de polis (ciudad) y el político sería "el agente de la ciudad". Nunca me he visto como agente, sino más bien como paciente, y además mi pueblo ha sido siempre una Isla con pocos polis. Por todo ello, ni me veía cadáver, ni me veía político y mucho menos me consideraba un cadáver político. El tiempo ha pasado y por mucho que los días hayan hecho mella en este cuerpo serrano, todavía sigo sin ser un cadáver y, gracias a que seguramente mi ángel de la guarda pondría todos los medios a su alcance, tampoco soy un político, aunque, si hubiera elegido esta opción, me hubiera ahorrado un montón de esfuerzo en estudios y oposiciones. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que ser un cadáver tiene sus grandes ventajas. De momento vives tranquilo y nadie te traiciona, porque nadie se molestará en ponerte un puñal en la espalda. Al mismo tiempo te puedes permitir el lujo de pasar de la hipoteca y a ningún banquero se le ocurrirá enviarte cartitas amenazadoras, porque sabe que la única contestación que recibirá será el silencio sepulcral. Otra gran ventaja es que no te mueve la ambición de ocupar cargo alguno, sino que te limitas a seguir con franciscana resignación el curso de la naturaleza y el ciclo de la vida. Igualmente, siendo un cadáver, es imposible que robes, que engañes, que prometas lo imposible, que seas un parásito de la sociedad, que seas traicionero, ni que pierdas el culo por ir en una lista electoral. Solamente tiene el inconveniente de que no puedes poner de falso al compañero que te llora pero que en el fondo se alegra de tener un competidor menos. Por otra parte las ventajas de ser político en esta España que nos va a helar el corazón son evidentes. Pero también ser político tiene sus desventajas, sobre todo la de vivir pendiente siempre de averiguar qué compañero será el que te puede clavar la espada de Damocles en un momento dado.
En resumen, para como está el patio, lo más satisfactorio es ser un cadáver político y estar sentado en la puerta de tu casa para ver pasar los cadáveres de los que te asesinaron creyendo que hacían de ti un hombre infeliz.

© Copyright 2025 Andalucía Información