Juan Carlos el Malo

Publicado: 07/04/2013
Y ánimo, su Majestad, que su querida hija es lo primero, incluso por delante de todo un pueblo tan machacado.
Con el tema de la Infanta estamos en el manicomio que no nos lo creemos. Unos dicen que no hay derecho, otros aplauden y otros miran para otro sitio. Como aquí somos unos enamorados de la historia de España, hemos tirado de enciclopedia y, buscando algo parecido en los libros, mire usted por donde, nos hemos encontrado con lo que le ocurrió a Guzmán el Bueno. No hace falta repetir la película, porque de todos es sabido que en la defensa de la Plaza de Tarifa los moros amenazaron a Guzmán con matar a su hijo, si no entregaba el castillo. Y la leyenda cuenta que el mismo Guzmán les tiró el cuchillo para que les quedara claro que antes que su hijo estaba el cumplimiento de su deber. A su hijo lo degollaron sin piedad, pero Tarifa se salvó y Guzmán fue llamado el Bueno a pesar de ser tan malo con su propio hijo.

Sin embargo lo que está ocurriendo ahora en este país con el culebrón de la Infanta es de mírame y no me toques y cualquier parecido con la leyenda de Guzmán el Bueno es pura coincidencia. Así nos va. En el patio comentamos que la desgracia de este pueblo es que carece de verdaderos líderes. Todo el mundo mira por sí mismo y por sus familiares y amigotes. Y lo que faltaba es que también el Rey hiciera lo mismo. Aquí no dan ejemplo ni los que están obligados a darlo. Y es de vergüenza ajena contemplar la estampa de un Jefe de Estado llamando con trompeta a los mejores abogados, a los mejores asesores, pagándolos a precio de oro y aireando los títulos de Roca como padre de la Constitución y madre de no sé qué parto para hundir al temerario juez que se atrevió a señalar como imputada a su queridísima hija del alma, a la que hay que sacar del apuro a toda costa.

Yo no me meto a juzgar si la Infanta es inocente o deja de serlo. Ya esto es lo de menos, porque los jueces sabrán lo que tienen que hacer. El más tonto del pueblo sabe que desde luego ahí hay tomate, pero es que la gente ya se calla, porque está convencida de que nuestros queridos jefes van a hacer lo que realmente (nunca mejor dicho) les dé la gana. Lo que te provoca un profundo amargor en la boca de la cara y en la entrada del estómago es que el Rey, cuya obligación era la de estar al margen o al menos parecerlo, no se ruborice y se dedique a llamar públicamente a los mejores abogados y a poner toda la carne en el asador para echarle el cable a su hija. Ya sé que cualquier padre lo haría, porque por un hijo se hace lo que haga falta, pero es que él no es cualquier padre. Se convierte en algo muy fácil eso de decir que la justicia es igual para todos. Mire usted, no. Si mañana a mi hija la meten o se mete en un marrón, este loco no podrá llamar a los mejores abogados del país para que eviten que se coma el talego, ni podrá hacer valer su Libro de familia, porque al tribunal le va a dar la risa tonta  No hay líderes. Al final, esos magníficos abogados manejarán el artículo cuarenta y dos, lo mezclarán con el treinta y siete, le darán la vuelta a la parte contratante de la primera parte enlazándola con las consecuencias del segundo volumen y terminarán concluyendo que los culpables somos los que hemos pensado mal de una Infanta que lo único que ha hecho es punto de cruz en su bonita casa. Eso es arte. Y a los demás se nos va a quedar una cara de tonto que vaya usted a saber cuándo se nos va a quitar.

Ánimo, Sr. Roca, usted a lo suyo, que aquí están los imbéciles que se van a quedar con la boquita abierta ante los brillantes razonamientos que va a largar por esa boquita de piñón. Y ánimo, su Majestad, que su querida hija es lo primero, incluso por delante de todo un pueblo tan machacado. A Guzmán le pusieron el Bueno. Y por estar Vd. en el polo opuesto a Guzmán, es muy probable que sea conocido en la posteridad como el Malo.

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