¿El único loco soy yo?

Publicado: 28/04/2013
El vuelo que han cogido las celebraciones va en sentido contrario a los recortes que todos los viernes de dolores nos está pegando el gobierno.
Me he asomado a la puerta del manicomio y en un rato he podido ver más de una docena de niños y niñas disfrazados de todo lo que usted se pueda imaginar. He preguntado y me han dicho que ahora toca el asunto de las primeras comuniones. Automáticamente me he puesto a pensar en la existencia humana. La vida del hombre de nuestro entorno, occidental, católico, apostólico y romano (aunque con algo de gaditano) se compone de tres momentos a los que se les da mucha importancia en esta sociedad: el bautismo, la primera comunión y la boda. Y claro, como son tres pasos casi obligados, la gente se prepara para lo peor.

Y ¿qué es lo peor? El gasto que originan los tres estacazos a la cartera. Pero ya esto no es ni sombra de lo que era o podría ser. En primer lugar, cuando el cura le echa el agua al niño, se entiende que es para que se haga cristiano. Y tendrán que reconocer conmigo que el bebé en lo último que está pensando es en que lo van a convertir en cristiano. Más bien está pendiente de la caca y del biberón.

La idea viene de muy atrás. Los grandes pensadores llegaron a la conclusión de que, si el niño moría sin ser cristiano, mal asunto, porque podría correr una suerte incierta en el otro mundo. De modo que, después de darle muchas vueltas, decidieron que esos niños sin bautizar, si se morían, iban al limbo. No hace mucho, la Iglesia reconoció que el limbo no existía y nos dejó con la carita partida. Sin embargo, los bautizos se siguen produciendo a esas edades. Pero a los padres lo que más les preocupa, no vamos a engañarnos, es cómo lo van a celebrar.

Se comienza por lo poco, es decir, invitamos a la familia, nos tomamos unas cervezas y cada uno a su casa. Luego, se da un paso adelante y ¿quién no pone unas tapitas, unos fiambres y unas cositas? Se avanza hacia el abismo, porque ¿quién no invita a sus amistades? La cosa se agranda y se decide poner unos cafés con pastitas. Hay además que comprar el traje de cristianar y buscar un sitio adecuado para tanta gente. Total, que al final aquello se convierte en una puñalada trapera de las que dejan huella duradera.

De las primeras comuniones ¿qué podría decir? Lo mismo, pero multiplicado por veinte. Ya se han convertido en pequeñas bodas. Yo la hice de aviador y sería porque mi madre ya me vio con la cabeza en las nubes. Aquí ya no valen las cervecitas y el salchichón. Aquí hay que retratarse por derecho. El vuelo que han cogido las celebraciones va en sentido contrario a los recortes que todos los viernes de dolores nos está pegando el gobierno. La cartera no habla porque es un ser inanimado, pero poco le falta. Y al final, el niño ya no comulga más, aunque se le va a llenar la boca de decir que es católico no practicante.

La palabra comunión (común unión) no la entienden, porque sus cabecitas no están por la faena. Y pasemos a las bodas. Estas son palabras mayores. Aquí se va a por todas. Y todo para terminar, en gran parte de los casos, delante de un papel que dice separación o divorcio. Y digo yo: tal como están las cosas, ¿no hay nadie que ponga coto a tanto desmán? ¿Es normal que la Biblia, libro sagrado donde los haya, no diga nada sobre toda esta parafernalia que con motivo de las primeras comuniones nos hemos inventado los humanos para cavarnos nuestras propias tumbas?

He llegado a la loca conclusión de que los tres pasos analizados, bautizo, primeras comuniones y bodas, son tres actos sociales que sirven para quedar lo mejor posible delante de los que nos rodean, aunque nos hundamos en la miseria. Muchos quedan estupendamente, pero estoy seguro de que tras cada una de esas celebraciones se alarga un tortuoso camino de arrepentimientos al ver que el bautizo sirvió para poco, que la primera comunión fue la última y que la luna de miel se agrió para los restos. Es verdad que hay excepciones que confirman la regla, pero cada vez hay menos excepciones. Sin embargo una pregunta me ronda la cabeza todos los días: Visto lo visto, ¿aquí el único loco soy yo?

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