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El pobrecito hablador

Y ahora, la Feria

De verdad, si no os gustan, no vengáis. Si no las entendéis, no las veáis. No estáis obligados ni nadie os presiona

Publicado: 08/05/2023 ·
09:05
· Actualizado: 08/05/2023 · 09:05
  • Feria de Abril. -
Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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El mesetario estándar no descansa. Siempre está buscando un motivo para darle cancha a su andalufobia e intentar ridiculizar las costumbres, los símbolos y la manera de vivir de los andaluces.

 

Cuando no revientan de originalidad haciendo chistes sobre la siesta, tan necesaria para aguantar tanta soplapollez, se dedican a menospreciar la Semana Santa, hablando de muñecos y haciendo apología de una falta de cultura y de neuronas dignas de encomio. Buscan el chiste fácil mezclando churras con merinas e imitando un acento que se les queda demasiado grande.

 

Ahora les ha dado por la Feria, criticando cualquier factor que se les pasa por la cabeza o han visto en un reportaje de treinta segundos en un telediario, creyendo que eso ya les convierte en expertos opinólogos sobre las fiestas andaluzas. Da igual que sea la de Sevilla, la de Málaga, o la de Jerez. Que si el calor, que si hay mucha gente, que si los trajes, que si el rebujito, los precios, la comida. No hay nada que les guste, nada que pueda escaparse de sus ojos inquisidores que, desde miles de kilómetros de distancia, son capaces de buscar el defecto en nuestras costumbres, pero ciegos para  sus propias y endémicas soplapolleces de periodismo ramplón y barato.

Es curioso que esos mismos que no hacen más que poner pegas sobre nuestras fiestas y costumbres son los mismos que se chupan horas de caravana para salir de sus preciadas y preciosas ciudades y bajar al Sur. Son los que cada verano huyen de sus paradisíacos domicilios habituales para remojar sus vergüenzas en nuestras costas, con esa mirada clasista por encima del hombro. Son los mismos que se permiten el lujo de usarnos para sus chistes y chanzas, pero que tienen la piel tan fina que la más mínima respuesta les provoca sarpullidos de indignación.

De verdad, si no os gustan, no vengáis. Si no las entendéis, no las veáis. No estáis obligados ni nadie os presiona para que salgáis de vuestras megalópolis de cemento y calorina, zumbando como moscas cojoneras, para venir a nuestra tierra y criticar lo que, por supuesto, no tenéis en la vuestra, ni por asomo.

Va siendo hora de que alguien os explique que no es lo mismo tener clase que ser un clasista.

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