Orgulloso de mis raíces

Como bien sabéis, mi desmedida afición a la tauromaquia me hace viajar más de lo que debería. Este fin de semana estuve en Valdemoro y, cuál fue mi sorpresa, al comprobar el cariño con el que allí tratan todo lo relacionado con lo andaluz. Era evidente que éramos más de Cádiz que el propio Teatro Falla o el Puente Carranza, y raro era quien no nos identificaba al instante. “¿Vosotros sois de Cádiz, no?”, nos preguntaban. Nuestro seseo nos delataba desde el primer “buenas tardes”.
No somos conscientes del inmenso valor cultural y emocional que encierra nuestra tierra Era época de fiestas en el pueblo, es cierto, pero en cada rincón cercano a la plaza de toros se respiraba ese aire sureño que llevamos tan dentro. En muchos bares sonaban sevillanas, se tocaban palmas al compás y, para mi asombro, se pedía rebujito o vino fino como si estuviésemos en plena Feria de Abril.
Y os preguntaréis: ¿a dónde quiere llegar este columnista? Pues a una reflexión tan sencilla como necesaria. No somos conscientes del inmenso valor cultural y emocional que encierra nuestra tierra. Tenemos una identidad única, un arte que traspasa fronteras y una forma de vivir que enamora allá donde va. Y, sin embargo, a menudo somos nosotros los primeros en no darle el sitio que merece.
Nos falta querernos un poco más. Valorarnos, presumir con orgullo de lo que somos, sin complejos. Porque, si fuera de nuestras fronteras nos admiran, ¿por qué a veces aquí nos cuesta tanto reconocerlo?
Así que sí, vuelvo con la maleta llena de orgullo, con más certeza que nunca de que ser de Cádiz —de El Puerto, de Andalucía— no es solo un lugar de nacimiento: es una forma de sentir, de expresarse, de vivir.
Y si ser andaluz no está de moda, será porque las modas no llegan a lo eterno.