Veranos con caseta

Publicado: 20/06/2025
Artículo de opinión de Juan Manuel García de Quirós, de El Puerto
Hace unos días, mientras pensaba sobre qué escribir en mi columna Torre Vigía de Viva El Puerto, me vino a la memoria —sin saber muy bien cómo ni por qué— una imagen clara: aquellos veranos de las casetas de La Puntilla.
Sentí una punzada de añoranza. Para muchas familias de clase media en El Puerto, tener una caseta en la playa era algo así como tener un chalet en Vistahermosa o un apartamento en Valdelagrana. Era nuestro pequeño lujo estival, nuestra parcela de libertad junto al mar.
Miro atrás más de cuarenta años y me asombra lo felices que fuimos con tan poco. En unos pocos metros cuadrados cabía todo: la cocina, un porche donde se almorzaba, se merendaba, se cenaba… y hasta un rincón para echar la siesta. Estoy convencido de que Iker Jiménez habría hecho más de un programa sobre cómo lográbamos meter tanto en tan poco espacio.
Al caer la tarde, como una tradición inquebrantable, llegaba la partida de bingo entre vecinos. Los niños, por supuesto, éramos desterrados de esas reuniones y mandados a mariscar a La Colorá, a buscar cangrejos y coquinas como si fuera una misión sagrada.
No puedo dejar de mencionar los bares que daban nombre a las casetas: El Castillito, El González, El Murga —donde tenía la suya la familia Quirós—, El Chacón o El Priñaca. Las casetas se identificaban así: “la que está al lado del Murga”, por ejemplo. Eran puntos de referencia emocional.
Aquellos veranos marcaron mi adolescencia. Cuando el mayor problema del día era discutir con tu madre por no querer esperar la digestión antes de volver al agua.
Eran tiempos sencillos, de felicidad sin filtros.
Y puedo decirlo alto y claro, sin necesidad de nostalgia impostada: yo fui puntillero con caseta de playa.

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