Lastimosamente para esto ha quedado el Racing Portuense. Hasta para dar la extrema unción hay que tener clase. Cubierto con un envoltorio de mentiras, engaños e intereses por sujetos canallescos. Los mismos que proclaman amor eterno e incondicional a unos colores. Un día se convoca una asamblea, otro se desconvoca; un día hay una varita mágica para solucionar lo insolucionable y otro hay inversores, propuestas, ideas, juntas gestoras salvadoras repletas de Mesías, que salvaguardan el botín.
Porque no se engañen, el botín sigue siendo y será el estrado del estadio o lo que a día de hoy representa: rencores, porfías y egos. El
yo antes que el club. Por el que todos se pelean día sí y día también. El protagonismo más rastrero y barriobajero. El mismo por el que un día uno perdió la cabeza y arrastró con su avaricia todo lo arrastrable. Lo único que dejó en su cobarde huida fue la dignidad por seguir intentándolo, ésa que unos y otros no se cansan en pisotear una y otra vez. No se cansan.
Sus discípulos aprendieron rápido y se versionaron. Se adaptaron a las necesidades, se camuflaron y mutaron a base de tragar su dignidad en busca del vellocino de oro. Utilizaron las mentiras como arma para levantar una gran falsedad con burlas constantes a lo que dicen representar y amar. Cuando hay intereses de por medio, el supuesto amor pasa a ser una ruin conveniencia. El Racing para éstos no fue la razón de ser, fue la excusa para medrar. Siempre la ha sido. El trampolín para la avaricia y el poder.
Encontrar lógica a tanto despropósito, es pedir demasiado a los que no dan para más. A los que se aprovechan del momento y del lugar. Los que desde la sombra se atrincheran para atacar donde más duele y utilizar la vulnerabilidad de la entidad.
Sin pedir permiso, sin respeto y sin vergüenza se benefician, también, del silencio cómplice de los que aún conociendo y sabiendo, se callan. Año tras año y bajo el amparo del racinguismo condicional e interesado, se han llevado por delante la escasa credibilidad que tenían. Y es que el tiempo desenmascara a los pérfidos.
El Racing se ha convertido en el cobijo perfecto para personajes oscuros, sin escrúpulos. Para figurantes del pelotazo fácil, para el enjuague a medida y responsabilidad a coste cero. Para el que dimite y sigue votando sin aparentar a las miradas indiscretas. La oscuridad, la indiscreción o la manipulación. El tirar la piedra y esconder la mano. El manejarlo y utilizarlo hasta que dejarlo sin vida y tirarlo al suelo, y a otra cosa.
Hasta en la miseria ha encontrado a medradores de medio pelo, mercenarios de racinguismo confuso y mindundis de dudosa reputación. Los que con una soflama adiestran su verbo torpe y fariseo. El que no le importa jugar con Dios y con el diablo para ganar. Él, por supuesto. Éste siempre gana. Maniobras, discursos de cara a la galería y proyectos labrados con saliva trolera.
Váyanse, ya y cuanto más lejos, mejor.