Hace años que Luís García Garrido, el Séneca de Sanlúcar, nos enseñaba que ante un problema grave no cabe preocuparse sino ocuparse, incluso cuando el problema es distante a nosotros. En el otro extremo del mundo se está produciendo una situación de gravedad extrema, que posiblemente jamás podíamos prever y de cuyas consecuencias no estaremos ajenos. A buen seguro nos veremos afectados. Australia está lejos de nosotros, en la antípoda de la cada vez más cercana geografía planetaria. El continente oceánico arde desde hace seis meses, en un período de sequía y altísimas temperaturas, como ningún incendio quejamás hayamos conocido. Las consecuencias son tan extraordinarias que aún resultan difíciles de imaginar desde este otro extremo del globo. A las víctimas humanas, a los daños materiales y económicos, hay que sumarle los más de mil millones de animales muertos y una superficie afectada equivalente a la mitad de Andalucía, perdiéndose gran parte del tapiz vegetal y de su rica biodiversidad. Noticias tan espeluznantes como que en estos momentos el gobierno australiano ha ordenado a francotiradores acabar con diez mil camellos para que no agoten las reservas de agua destinadas a consumo humano, es un detalle de la gravedad del problema. Pero el impacto de este desastre ya ha sobrepasado las fronteras australianas y la nube roja de humo y cenizas empieza a extenderse por el pacífico afectando ya a los países sudamericanos más próximos. Más allá de la belleza tétrica de los cielos bermellones hay que recordar que cada vez que la superficie de la Tierra se ha oscurecido por una atmósfera caliginosa que no dejaba llegar los rayos del sol, las consecuencias nefastas progresaban exponencialmente. En una cercana antigüedad la erupciones de volcanes en el Pacífico llevaron a epidemias, hambrunas, incluso a la extinción de culturas en todo el mundo. Despistados entre los avatares políticos domésticos y las imperdonables travesuras trumpetianas, seguimos viendo lejano el fuego en Australia, pero cabe prever que de continuar ardiendo pronto sentiremos aquí sus consecuencias y el país antipódico lo sentiremos más cercano. Entonces surgirá una generalizada y poco operativa preocupación, y será el momento de seguir el consejo de García Garrido.Tal vez sea conveniente recurrir ya al viejo proverbio de cuando las barbas de tu vecino veas arder echemos las nuestras a remojar.
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En el otro extremo del mundo
Las consecuencias son tan extraordinarias que aún resultan difíciles de imaginar desde este otro extremo del globo
Salvo Tierra
Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial
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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía
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