Una vez anduve 200 metros acompañado de una rata que trotaba en la misma dirección hacia la que me dirigía. A mí, que no soy original, las ratas, me dan repelús. Separados por el ancho de la calzada, mantuve la distancia y no le quité ojo de encima, hasta que frenó en seco a la altura de la zona ajardinada de una plaza y se escabulló entre los arbustos.
Cuando era un criajo sufría una pesadilla recurrente: un buen montón de ratas surgidas de la nada se abalanzaban sobre mí, me derribaban y me devoraban cruelmente, hasta el punto de que el dolor físico que provocaban sus mordiscos, tan jodidamente real en mis sueños, me hacía despertar con la frente perlada de sudor, la respiración agitada, palpándome brazos, piernas, vientre, cara, con la absoluta certeza de que mi carne estaba llagada.
Con el transcurrir de los años, hombres y mujeres sustituyeron a las ratas en mis agitadas noches de duermevela. Me atacan, me reducen y me infligen terribles daños. Sin mediar provocación.
En otra ocasión, justo antes de conducir, atendí una llamada de teléfono. Dejé la puerta abierta del coche y también abrí la puerta trasera, porque C y D estaban en el asiento, esperando a que partiéramos, y hacía calor. Me alejé unos metros y, al girarme, reparé en una rata enorme que correteaba en torno al vehículo. Se me paró el corazón. Temí que accediera al interior, que, hambrienta o asustada, hincara sus dientes en las tiernas piernecitas de mis hijas. No hubo que lamentar ninguna tragedia. Pero aquella rata reavivó mis sofocantes temores infantiles, primero, y luego, el miedo de que, como en mis pesadillas actuales, hombres y mujeres pudieran herirlas porque sí, por ser niñas, hijas.
Las ratas son seres liminales, habitan entre lo visible y lo invisible, son símbolo de muerte, suciedad y pobreza, portadoras de terribles plagas, como la peste negra, símbolo de la miseria, como en las novelas de Delibes y Camus, respectivamente, por citar dos obras literarias imprescindibles, y representan lo oculto, lo sobrenatural, lo prohibido, la inquietud, lo reprimido, papel que asumen en Las ratas de las paredes, de Lovecraft, o significados atribuidos en el ámbito psicológico.
Al mismo tiempo se las vincula, por su resiliencia biológica y conductual, con la inteligencia, la ambición, la supervivencia y el poder, en el zodiaco chino, la religión hindú y en las tradiciones chamánicas.
En las últimas semanas, se han encendido las alarmas por la proliferación de ratas en Cádiz. El Ayuntamiento asegura, ante las denuncias ciudadanas y de la oposición, que la población está controlada, pero que se les dará caza. En otras, ciudades, de mayor tamaño, es un problema recurrente. Duermo en Jerez. Apenas camino por sus calles. Es frecuente cruzarme, como aquella vez que una me acompañó, con alguna rata peluda y gorda.
Me parece bien que se las mantenga a raya. Me dan repelús. Pero, aunque me despierten asco, tal vez por el respeto en otras culturas y lo que simbolizan en defnitiva, el lado más marginal y oscuro del ser humano, muerte, poder, está bien que de vez en cuando se aparezcan. El terror nos mueve a enfrentarnos a nuestros fantasmas.