Este mes ha empezado con una serenata en el móvil alertando sobre la recepción de mensajes. Han llegado saltando de uno a otro, como el juego de la oca porque, como el año pasado, recibimos también videos y frases alusivas al ocho de marzo. También ha aparecido la pregunta sobre el tipo de mujer a conmemorar. Al leerla la mano frena el impulso a teclear la repuesta, dudando entre la ignorancia espontánea o a la ironía de quien pregunta, ambos casos respetables, el primero por lógica y el segundo por el sentido de un humor peculiar.
Como saben, estos renglones se anotan con antelación y el deseo es el mismo desde el principio: que la jornada no se enturbie por puñaladas físicas o emocionales. El año pasado compartimos el entusiasmo por las actividades a desarrollar, si bien un moscardón volaba zumbando en el oído. No vamos a repetir lo ocurrido una semana después y que aún coletea. Desde entonces los días han ido sucediéndose con incertidumbre y mucha fuerza de voluntad para vivir una rutina que ni por asomo habríamos imaginado enfrentar y mucho menos digerir. El apoyo de los nuestros fue un puntal, pero la situación ha sido más llevadera por la tecnología y más concretamente con el móvil. Si costó entender que una carcasa iba tener capacidad para encerrar la vida de un usuario, este año se ha asumido sin extrañamiento.
Desde hace una semana, de uno a otro han saltado las noticias relativas a la conmemoración del Día de la Mujer, una relación de actos para elegir y disfrutarlos a través del dispositivo más conveniente, aconsejando desde la pantalla, rogando en silencio quedarnos en casa, seguir en ella desplegando textos, eligiendo series, rescatando cine clásico disfrutando del blanco y negro en el soporte más moderno. Entre los videos recibidos hemos oído canciones, nos han emocionado un montón de versos, pero sobre todo un pequeño documental titulado Umoja, la aldea de mujeres que levantó Rebecca Lolosoli, quien denunció el maltrato y las violaciones sufridas por ellas impunemente. Por enfrentarse sufrió palizas que la llevaron al hospital, sin embargo el miedo y el dolor no la frenaron, sino que levantó un poblado donde no hay hombres y además están prohibidos. Ella y cuantas la siguieron tuvieron el coraje y la fuerza para salir adelante sin su ayuda, ni siquiera para edificar las casas donde viven. Un ejemplo de valentía, resiliencia y sororidad.
Cuando estas líneas vean la luz la mayoría de los chats se habrán vaciado a fin de liberar espacio. Sin embargo, Umoja merece compartirse más allá del ocho de marzo.
Ánimo. Sigamos siendo responsables.