Semana de Pasión. Todo el año esperando el ansiado momento: olor a azahar en las plazas, días que se resisten a dar paso al ocaso, vencejos que revolotean en torno a las almenas de las iglesias y murallas, primavera incipiente que muestra tímidamente los primeros jaramargos y amapolas. El rito vuelve a empezar y el tiempo ya se ha cumplido.
Eso que tanto ansiábamos por fin ha llegado: la declaración de la renta. Es el momento de mirar frente a frente al fisco y pedir con la inocencia de los chiquillos que quieren regresar tarde a casa una noche de feria, que el gigante adormilado sea benévolo y misericordioso, al menos por una vez. Pero no, no se puede pasar de puntillas sin pisar lo fregado. Hay que rendir cuentas.
Pagar impuestos es algo tan necesario como respirar, comer o echar la quiniela. Nuestro sistema de bienestar se sustenta en la contribución de cada honrado ciudadano a la educación, sanidad, servicios públicos, leyes ideológicas y a la quita de la deuda de algunas comunidades con ciertos privilegios palaciegos.
Está claro que no podría entenderse la España del siglo XXI sin las oportunidades que ofrecen los organismos públicos para todos aquellos que tienen un talento especial, pero no un bolsillo a prueba de bombas: las leyes de dependencia para el cuidado de personas que, a pesar de contar muchas décadas en su carné de identidad, han vuelto a la bisoñez de la infancia; las de protección de los menores frente a la violencia; las de matrimonio igualitario entre personas que se quieren y se respetan; las ayudas para el estudio y la preparación de los que en el futuro tendrán que sacarnos las castañas del fuego… Qué pena que estos últimos, una vez preparados, se vayan a trabajar al extranjero en busca de incentivos a la altura de su preparación y talento. Entendible, lógicamente.
Así que, ya sabe, cuando Hacienda le dé el sablazo, que se lo dará, no se olvide de que sus impuestos favorecen el desarrollo de nuestro país. Pero, no se olvide tampoco de Jessica, la “sobrina carnal” del exministro Ábalos, de Koldo y las mascarillas durante uno de los pasajes más oscuros de nuestra historia reciente, de la señora Gómez y la Complutense, o del hermano del señor Presidente y la Diputación de Badajoz, porque, en España somos todos iguales, pero se ve que unos más iguales que otros.