Con tres días aún por delante para disfrutar de la Feria de Sevilla, el tiempo continuará siendo el gran aliado para disfrutar de las casetas y de las atracciones en el Real de Los Remedios, como lo ha sido en los días previos, algo inusual teniendo en cuenta que estamos en pleno mes de mayo, y con gran afluencia de sevillanos, de invitados y de turistas, pero también de carruajes y caballos, que en algunos momentos han abarrotado las calles e incluso las casetas, atestadas en esas horas en las que, por costumbre, todo el mundo cambia de caseta.
La celebración de la Feria de Abril ya bien entrado el mes de mayo hacía prever que las temperaturas pudieran asfixiar un poco la fiesta aunque los aires acondicionados han servido más para mitigar el sopor del calor humano dentro de las casetas que el del agobio de los 35 grados que más de una tarde se han vivido en otras ediciones en el Real. Hasta la Maestranza decidió retrasar el inicio de las corridas a las siete de la tarde para evitar las calores y se han terminado agradeciendo las chaquetas y los mantones, más aún cuando las nubes amenazaban un agua que, si llegó en algún momento, nunca se notó.
Porque parte de la Feria se vive antes de llegar al Real. Muchos optan, ya sea por los precios, ya sea por la comodidad, por hacer sus comidas, que son encuentros entre amigos o familias muchas veces, en restaurantes del centro, en pozos de sabiduría taurina y gastronomía del entorno de la Maestranza o por establecimientos que quedan cerca de la Feria. Algunos llegan al Real en carruajes, aunque la mayoría opta por alguno de las múltiples opciones de transporte antes que llegar a pie a la Feria, ahorrando esfuerzos, que luego ir de caseta en caseta, bailar, cruzar bajo los arcos de la portada o ir a la Calle del Infierno (¡qué bien puesto el nombre!) pesa en el cuerpo y en el alma.
La mayoría opta por pillar el bus, misión imposible en determinadas horas por la afluencia de público. Ya sea en San Jerónimo, en Pino Montano, en el Rochelambert o en Sevilla Este, aunque se tengan lanzaderas especiales, a determinadas horas las colas son insufribles, como ha ocurrido siempre por el Metro, por mucho que haya trenes dobles o servicio ininterrumpido, o coger un taxi a las once de la noche: ir a comer a la feria o salir de ella siempre supone armarse de paciencia y asumir la inevitable cola.
Llegado el ecuador de la feria, ya quedan pocas recepciones y actos institucionales en las casetas. Por ellas han pasado políticos de todos los colores, alcaldes y concejales, representantes de grandes y de pequeñas empresas, de instituciones, de asociaciones y de entidades de todo tipo, pero también ha habido actores de renombre (Jeremy Irons, que se ha ido hasta la Maestranza) e incluso miembros de la realeza (Maxima de Holanda pero también toda la casa de Alba e incluso la sobrina del actual rey).
La mayoría de ellas se hicieron el martes, la mayoría de instituciones y empresas, aunque el miércoles quedaban algunas importantes, mientras que el jueves el ritmo se va acentuando y se va dejando paso al disfrute de la caseta de siempre, la de los grupos que quedan para la copa de rebujito antes de ir a la de la familia a comer, la de la cerveza para saludar que siempre descuadra los tiempos y abren paso a la relajación, al ya que estamos, ponme otra. La feria, que siempre ha gustado al famoseo, es en su mayoría del amigo, del primo o del compañero, pero también del que trabaja, del que sabe entrar en una caseta sin tener que ser socio y del que sabe aprovechar las públicas o semipúblicas para llenar el estómago, el buche y seguir un ratito más, hasta que el cuerpo aguante.
Tras el día festivo, la masificación disminuye relativamente en el Real aunque siempre queda la avalancha de la noche, esa que comienza a abrirse camino con grupos de jóvenes que de pronto invaden calles y casetas y rincones para bailar, porque, como en todas las ferias, siempre hay el que gusta de la fiesta el día y el que la prefiere de noche, aunque siempre está el jartible sin tiempo, el que la disfruta cuando toca, cuando puede y, sobre todo, cuando quiere, que para eso es feria. De lo que cuesta, eso es harina de otro cantar, porque comer y beber en una caseta, sin meterle la visita a los cacharritos infernales, mejor no hablar, que sarna con gusto no pica, aunque te acuerdes para todo el mes de lo que te estás dejando entre el albero que cada vez es más escaso en Los Remedios.
Sevilla se adentra en sus días más intensos si se repite la tradición de la feria corta, que el fin de semana sea el de los trabajadores, el de los pueblos, el de los amigos que nos visitan, el del turista de pocas horas e intenso y también el del éxodo del socio que vive la feria intensamente los primeros días y luego escapa a la playa, al pueblo o a Madrid.