Amor y muerte. La espera, el deseo no cumplido, la frustración de los ideales, la imposibilidad de alcanzar lo que se pretende. Qué bien supo plasmar Lorca allá por 1931 en su obra Así que pasen cinco años la situación en la que se encuentra actualmente la capital que, sin pena ni gloria, celebra 1200 años como cabeza de la provincia.
Eso de que “a Jaén se entra llorando y se sale llorando” es algo popularmente extendido, si bien nadie se ha atrevido a preguntar a los plañideros la causa de la que deviene el llanto. Probablemente sea por los constantes socavones que plagan los barrios, o por la hierba que crece indómita en los bordillos y arriates. O quizá sea por las papeleras desbordantes cual volcán en erupción. O quizá por los solares con algunos restos en los que proliferan animalillos de muy diversa naturaleza. Aquí al menos se levantan muros o estructuras de dudoso gusto, claro, ojos que no ven…
Es insoportable el estado de dejadez que presenta la ciudad, y no parece importarle a nadie. No solamente por el nivel de mantenimiento, sino por el incesante deseo de ser quienes no somos. El complejo de gran urbe de todos los que van poblando con más o menos acierto el sillón de la Plaza de Santa María ha hecho que el encanto de esta “ciudad de luz” haya dado paso a una ciudad impersonal, copia barata de los grandes núcleos urbanos con franquicias de restauración ocupando los principales espacios y generando un gran botellódromo en la calle más jaenera, donde ya no hay sitio para los paseos en familia después de la misa de una.
La guinda del pastel llega con la anunciada conversión del ayuntamiento en un hotel de cinco estrellas. Es decir, el equipo de gobierno socialista pretende vender la sede de la soberanía popular jiennense a una cadena hotelera privada para que se siga enriqueciendo. Pues sí ha cambiado el socialismo. Y su muleta gubernativa parece haber cambiado el presente por el pretérito imperfecto, pues se ve que Jaén merecía más, pero ya no.
Simago, La Pilarica, Almacenes El Pósito… No se trata de vivir anclados a un pasado nostálgico, sino de mirar al futuro sin perder la esencia de lo que nos hacía diferentes y especiales, para evitar que esta historia de amor de 1200 años se convierta en una tragedia lorquiana.