Cada vez que me dejan salir del manicomio paso un mal rato. Y es por las cosas que uno tiene que ver con estos ojitos que entre unos y otros van a acabar apagándolos. Yo calculo, dentro de mis pocas luces, que lo que voy a explicar a continuación solamente lo veo yo, porque muchísimos cañaíllas parece, o que están ciegos o que se hacen los tontos para no sufrir demasiado.
Me refiero al espectáculo que tenemos a diario en esta Isla que seguirá llamándose San Fernando para desgracia de los que saben que el rey Fernando VII, en cuyo honor se le puso su nombre a esta ciudad, fue de lo más canalla que imaginarse pueda. Concretamente me refiero a los papeles. Pero no a los inocentes folios que se pasan el día esperando que alguien los rellene, sino a esos que pasean por el suelo a sus anchas de un lado a otro. No me digan que no es un espectáculo bochornoso la tremenda cantidad de papeles, de servilletas, envoltorios de papas fritas, colillas y otras lindezas, que son esparcidos en plena calle Real sembrando de porquería los pies de las mesas de muchos bares, incluso céntricos. Es algo increíble. Los locos pasamos, contemplamos y nos asombramos de que a nadie por lo visto se le revuelve el estómago al verse metido en plena porquería. Los locos recordamos que, antes de que nos ingresaran aquí, habíamos visitado muchísimas ciudades tanto de España como del extranjero. Pues en ninguna parte de este globo habíamos observado bares rodeados de tantos papeles por el suelo y tanta suciedad. Por las caras de los que se sientan a tomar algo y de paso ver desfilar a media Isla, se puede deducir que están satisfechos con la situación. Creemos que, siguiendo el conocido refrán ojos que no ven, corazón que no siente, miran para otro lado y así dejan de sentir y de padecer. No tiene otra explicación.
Y la pregunta del millón es quién es el culpable, porque esto no es un apagón del que no sabremos nada hasta dentro de seis meses, sino que brilla con luz propia. A alguien le tenemos que echar la culpa, que es lo que se lleva ahora, antes de echársela uno a sí mismo.
Desde luego hay varios sospechosos. El primero es el levante, porque coge los papeles entre sus remolinos, los voltea, los arrastra y los coloca a los pies de los bares. A los locos no nos convence la cosa, porque el problema es que, cuando no hay levante, la cosa sigue igual de sucia. El siguiente sospechoso es el propio bar, que no se preocupa de que sus clientes no tengan que soportar semejante espectáculo. Este argumento nos convence a medias, porque no estaría nada mal que los dueños se preocuparan de algo tan sencillo como es recoger esa basura de vez en cuando o incluso poner pequeñas papeleras fijadas en cada mesa. El tercer sospechoso es la falta de educación. Aquí sí que hemos llegado a un acuerdo. Por eso los locos hemos decidido llevarnos una gran bolsa de basura e ir recogiendo los papelitos y demás porquerías del suelo al tiempo que les vamos dando cosquis a los culpables, cosquis que les tendrían que haber dado cuando eran pequeños. Nos llama la atención el que se monten grupos de voluntarios para recoger basura de los caños, del fango y de los sitios alejados de La Isla, y sin embargo no hagan lo mismo con los lugares más céntricos de esta sucia ciudad.
Ya sé que nadie me hará caso, pero el turismo se debe ir pensando que vivimos como los auténticos cerdos.