En Sevilla sigue estando abierto un debate que muchas ciudades europeas resolvieron hace tiempo: la necesidad de implantar una tasa turística y de acceso a ciertos monumentos para los no residentes. La propuesta, planteada por el alcalde José Luis Sanz, es tan sensata como oportuna. Y, sobre todo, justa.
La ciudad recibe millones de visitantes al año. El turismo es nuestra principal fuente de riqueza. Nadie duda de que tenemos que cuidarla, porque de ella dependen muchos negocios: desde la tienda de recuerdos a los bares y restaurantes, pasando por el transporte público. Y todo esto sin entrar a valorar lo que significa nuestra proyección exterior. Peroesa afluencia masiva, aunque bienvenida, deja huella. Monumentos como la Plaza de España, el Parque de María Luisa o el entorno de la Catedral sufren un desgaste constante que implica costes enormes en mantenimiento, limpieza, restauración y vigilancia. Hasta ahora, ese gasto ha recaído principalmente sobre los sevillanos.
¿No es razonable que quienes disfrutan de estos espacios y luego se marchan contribuyan mínimamente a su conservación? La tasa turística -unos pocos euros por noche de hotel o una entrada simbólica a monumentos clave- se aplica desde hace años en capitales como Roma, Lisboa o Ámsterdam sin que ello suponga una barrera para el visitante. Quienes se oponen a esta medida, probablemente han viajado poco o nada. O quizás lo han hecho cuando ha sido a costa del erario público y no han reparado en los gasto (la pólvora del rey…). Es posible también que no se han detenido a observar cómo funciona el turismo responsable en Europa o bien que, por ser oposición al actual gobierno municipal, no interese hablar positivamente de esto. Sepan que, en muchas ciudades, incluso, se paga por acceder a plazas, parques o zonas históricas. Sevilla, con su riquísimo legado patrimonial, no puede seguir siendo una excepción. Aquí seguimos atrapados en la idea de que todo debe mantenerse abierto, libre y gratuito… pero a costa del bolsillo del vecino.Y mientras tanto, el deterioro avanza. No solo por el paso del tiempo o el volumen de turistas, sino también por el vandalismo: pintadas, bancos rotos, cerámica dañada… Una realidad que podría atajarse con más vigilancia, pero esa vigilancia también cuesta dinero.
Por ello, la opinión de este firmante es que la propuesta de Sanz no es excluyente ni discriminatoria. Incluso no se queda en la tasa turística, sino que se expande también a una tasa por grandes eventos, modelo que existe en un importante número de ciudades. Es una herramienta útil para proteger lo que hace única a Sevilla. Porque amar esta ciudad no es solo mostrarla al mundo, sino cuidarla. Y no hay mejor forma de hacerlo que implicando también a quienes la disfrutan, aunque sea por unos días.