El olvido

Me llevo preguntando estos días, según vemos cómo van sucediéndose las cosas, qué estarán pensando los primeros. Les guste o no, esos primeros fueron los primeros, literalmente. Así que se fue sumando gente al proyecto en vista de las buenas intenciones y del excelente futuro que les esperaba.
Las fotos y los documentos, por más que se quieran ocultar, están ahí como una losa pesada imposible de remover.   En ningún momento se les dijo que fuera a ser fácil, pero tendrían que empujar y rodearse de personas de distinto pelaje. Y lo de pelaje no es un término peyorativo, sino que cada uno era de su padre y de su madre, con sus virtudes, sus manías y sus dejes.
En aquellos días las pasaron canutas la mayoría de las veces; tenían que remar a favor y pocos eran los brazos para semejante travesía. También tuvieron viajes con la mar como un plato, es indudable. Y entonces, en el mejor de los casos, aparecía cualquiera, pegaba una brazada y parecía que ya era uno más con sus muchos derechos y pocas obligaciones.
También estaba el tema de la financiación, en la que algunos se implicaban más que otros, buscando donde hiciera falta para que el proyecto siguiera funcionando. No siempre lo hacían bien, pero al menos los primeros tenían claro su objetivo. 
Y entre tanto, los más antiguos se llevan las manos a la cabeza. Para menospreciarlos se les tilda de “viejos resentidos” y se propagan infundios sobre la gestión o el trabajo que realizaron, ignorando que eran otras circunstancias y mucho más difíciles los pasos a dar. 
Aunque se pretenda dejar en el olvido, el legado no se puede borrar y la historia va dejando su huella pausada y cadente. Las fotos y los documentos, por más que se quieran ocultar, están ahí como una losa pesada imposible de remover.  
Los recuerdos se quedan en la memoria, para lo bueno y para lo malo.