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Barbate

Ferretería Juan Granados

Y en Barbate, además de tornillos que faltan, a veces lo que uno necesita es gente como ellos: que no solo venden, sino que te entienden, te orientan...

Publicado: 13/07/2025 ·
09:47
· Actualizado: 13/07/2025 · 09:47
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  • Ferretería. -

No me había parado nunca a pensar en todo lo que tiene que saber una persona que regenta o trabaja en una ferretería, hasta que inicié la primera obra, luego la segunda, luego la tercera y ya, la cuarta en apenas cinco años. Es lo que tiene ser autónoma y tener un marido que no para de inventar. Desde que trasladamos el gabinete a la nueva ubicación, hace dos años, y tras todas las obras, solo pienso: “Cuidao ese Juan, que no para en todo el día”.

Cusha, que ya sabéis que en Barbate somos poco de esperar y guardar el turno, pero ellos, en esos escasos cuatro metros de zona de espera —más estrechos que la conciencia de un político en campaña—, aglutinan a lo largo del día un auténtico desfile de personas. Cada uno llega con lo suyo: con sus historias que parecen sacadas de una telenovela turca, con sus arreglos más improvisados que un reel de YouTube, con sus obras que nunca terminan y, por supuesto, con sus problemas que, si fueran ladrillos, ya habrían construido el famoso hotel fantasma barbateño. Y entre tanto caos, ellos están ahí. Juan Granados va al frente, marcando el ritmo con sus chistes, que entran mejor o peor —como los boquerones según el aliño—, mientras Luis y “er Pachú” hacen de tripulación experimentada, siempre a la retaguardia, achicando mareas de clientes y capeando los infundios que suelta cada uno como quien suelta la red sin mirar dónde. Porque hay que tener temple, y no poco, para aguantar cada jornada en esa zona cero de la “barbateñeidad”. No cualquiera sabe sortear las mareas del día a día. Ellos lo hacen con arte, con paciencia y con mucho sentido del humor.

Creo sinceramente que esa ha sido siempre la mejor baza de este negocio, un verdadero referente en nuestro pueblo —que, ojo, no todo aquí es pesca ni hostelería, aunque parezca que sí—. Me refiero a su hospitalidad, su generosidad y esa disposición incansable para ayudar, incluso al que entra con cara de perdida (siempre yo) y se lleva dos tornillos con cuatro espiches porque “eso es lo que me han dicho que traiga”. Y oye, que sí, que ha bajado el paro en el mes de julio porque no queda otra en esta zona, pero ellos llevan años dando algo mucho más valioso: estabilidad, confianza y buen hacer, que, por desgracia, no abunda tanto por estos lares como debería.

Y os juro que llevo semanas dándole vueltas a cómo lo hacen. Cómo son capaces de conocer al dedillo cada solución a cada apaño, como si tuvieran un catálogo eterno metido en la cabeza. Cómo han convertido esos pocos metros en un espacio donde todo encaja, donde todo está en su sitio y se encuentra a la primera —o casi—, porque allí no hay caos, hay orden con años de experiencia. Y lo más asombroso: cómo en esas cabezas entra tantísima información, nombres rarísimos de materiales, referencias, medidas, combinaciones…

Es admirable. Y no hablo solo del conocimiento técnico o del oficio, que es incuestionable, sino de la calidad humana que hay detrás del mostrador, de ese trato cercano, sin prisas, con una sonrisa y siempre una solución. Porque eso también construye, también arregla y también sostiene un pueblo. Y en Barbate, además de tornillos que faltan, a veces lo que uno necesita es gente como ellos: que no solo venden, sino que te entienden, te orientan y te hacen sentir en casa.

Juan es ese tipo de persona que, sin hacer ruido, hace bien. No necesita hablar mucho para transmitir confianza. Y eso, hoy en día, es casi un superpoder. Se ha sabido rodear de un equipo que es oro puro: trabajadores, atentos, con guasa, con oficio y con una paciencia que ya quisieran muchos santos. Y en Barbate —en cualquier sitio, pero aquí más—, eso vale oro.

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