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Olimpo de Vanidades

"El compás del reloj del salón coloreó de cobre las palabras escritas en el inquebrantable y amarillento papel..."

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ACTO PRIMERO - I Escena
Hermana Menor: Formábamos una familia que pretendía hallarse en el paraíso pero, en realidad, el lugar era el Olimpo de las Vanidades. Mi familia no me quería, no entraba en sus proyectos cantar nanas con mi nombre. ¿Mi nombre? Podéis llamarme Hermana Menor, la cuidadora, la cocinera, la enfermera, ¡la mujer  maratoniana! ¿Y mis hermanas, qué contar de ellas? Solicito poder dormir, descansar de mi misma.
[…]
Amiga Mía: La Hermana Menor, la mujer re-vestidísima de negro. Reunía ella la contención enervada, la disciplina maquinal y una cierta rigidez sin plancha. A falta de pliegues, una dureza marfileña aditada de quiebros. Hacía tiempo que inexistía en esta casa tan grande, veinticinco tallas más grandes. Fui la última que la acompañó en sus tardes de cafés aguados, pastas pastosas y visillos secos. La última hasta que, una tarde, me condujeron a un largo paseo del que no retorné. Muchos años han pasado; quizás, demasiados.
[…]
Hermana Mediana: Hermanita, ¿quieres qué te relate una fábula muy cortita? Érase que se era una niña que saltaba muros. Con la sonrisa ancha, arañadas las rodillas, escocidos los codos, la ropa tatuada de barro. Suficiente, al menos, para su pequeño cuerpecito donde vibraban todos los sentidos. Inevitablemente, creció y los muros crecieron todavía más y más. ¡Parecían multiplicarse! Un día, con los zapatos de tacón en las manos, se encaramó sobre uno de aquellos prepotentes murallones. Con una pierna a cada lado no supo de qué manera continuar. El miedo debilitaba su voluntad, las medias de seda hechas añicos y la falda, un guiñapo. Dispuesta a resistir tomó una decisión y sin dudar se descolgó -dolorosa y trabajosamente, por qué no decirlo- hacia el paraje contrario, aquel otro espacio que tanto temía, y más anhelaba.
Hermana Menor: ¡No quiero oír tus fabulaciones! Me aburren.
Hermana Mediana: Pero, si siempre te gustaron.
Hermana Menor: Ya no me son suficientes.
Hermana Mediana: Pues te narraré algo diferente. ¿Sigues soñando conmigo?
[…]

ACTO SEGUNDO - II Escena

- Hermana Mediana: La Hermana Menor pariendo en soledad una nueva fórmula de vida, la suya, la que permaneció encubierta dentro de su coraza craneal. Pronto se acostumbró a los ascéticos pasillos, a las escaleras que conducían a ningún territorio, a las salas encantadas y a su lecho, íntimo e intransferible. Heredera de un imperio aburrido y encorsetado, de minimalismo existencial, disolvió gran parte de su vida en el azúcar de las costumbres. Sí, la mujer re-vestida de negro. Sin embargo, anidaban ocultos en ella detalles que pocos conocían: una alegría arrebatadora dispuesta a abarcar la totalidad, sin fechas, límites, espanto, medias de seda, tacones… A veces, se sonrojada con su propio y personal torrente vital pues amaba con pasión la vida; mas, disimulaba, lo sé muy bien. Cuando soñó sus penúltimas pesadillas y comprendió que, al fin, nadie la lastimaría, su alma se colmó de las tartas de cumpleaños que, en la vida, no celebró.
[…]
Hermana Menor: Sí, procurábamos disfrutar del edén pero, coexistíamos en el esperpento de la jactancia y la diplomacia, las formas y las normas. La convivencia se esgrimía en dobles y afiladas vajillas y las conversaciones giraban a manera de tiovivos galopados por automatismos. Los grises simpatizaban con las tinieblas, las sombras con el trasluz de los pensamientos y éstos con la cadencia reseca de los sentimientos que, apostillados por la tediosa rítmica del reloj del salón, medían las horas y los espacios absolutos de nuestro…
Hermana Mediana: … padre que, en la barbarie de la doble moral, la triple hipocresía y el resto de las multiplicaciones imposibles que numeraban la violencia domesticada, perseveraba libre de responsabilidades.  Mi Hermana Menor, con su mirada azulada escudriñando tras los muebles, escondida de los escondites de los juegos paternales, continuó en el hogar para aborrecer a nuestra madre por no rebelarse y ahogarse en su oportuna complacencia. De papá escapé en cuanto entendí por qué, cómo y cuándo. De mamá, es preferible el silencio. Y de mi otra hermana, la mayor de las tres, callar es la opción elegida. Mi padre manipuló, exprimió y extenuó, según su repulsiva lógica -y sin asomo de menoscabo personal- a cualquiera de su entorno, en especial sus hijas. Yo determiné abrazar la libertad. A cambio, renuncié a mi dulce niña.
[…]
Hermana Menor: Con la escandalosa evasión de la Hermana Mediana, la familia cerró las bocas jurando un olvido imposible. Me resigné al largo convencimiento de su marcha sin otro recuerdo que esta carta.  El compás del reloj del salón coloreó de cobre las palabras escritas en el inquebrantable y amarillento papel. Los años grabaron las letras en el espacio craneal que alcancé a proteger de la locura y mis lágrimas respondieron, con desteñidas tintas, a una dirección anónima. Sí, aquí estoy hermanita, soñando tu regreso, con mi maleta lista para saltar los muros y despegar del olimpo…
Hermana Mediana: …y desertar de las vanidades. Perdona por equiparme de frialdad para no dar cobijo a la demencia. Me separé de ti y vagaste por los túneles extraviada en los túmulos de las resoluciones de…
Hermana Menor: Sí, ¡dilo en voz alta!: de papá, de mamá y de la hermana mayor. Pero, no lo olvides, recuerda que no, no érase que se era un ogro, no era una alucinación.
Hermana Mediana: Lo sé, érase que se era una irracionalidad que no merecía nacer.
Hermana Menor: ¡Hermanita! ¿Continúo soñando contigo?
Hermana Mediana: No, he vuelto a por ti. Ahora duerme, te contaré una canción y te cantaré un cuento.
Nota: ‘Olimpo de Vanidades’,
(M. D’Abrantes-
Estrenada en 2011).  Fragmento del texto
adaptado para los Medios Comunicación.

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