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Jaén, la pequeña Moscú

Crítica de la semifinal

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Aunque busco y rebusco entre los callejones de mi ya maltrecha memoria, no soy capaz de ponerle rostro a una Semifinal que se asemeje en algo a la acaecida el pasado miércoles en el Teatro Infanta Leonor (ya va siendo hora que le extirpemos la etiqueta de “Nuevo”, pues acongoja contemplar como le va desapareciendo la piel con forma de baldosa). El nivel alcanzado ha sido tan superlativo, que uno, sufriente habitante de una ciudad culturalmente a la deriva, estos días se transfiguran en maná llovido del cielo. Alimento para el alma y el espíritu, que habrá que racionar, pues cuando caiga la noche volveremos a nuestra particular peregrinación por el desierto. Si algo podemos confirmar ya sin temor a errar, es que en este 2016 será imposible dejar desierto el Primer Premio.


En esta Semifinal, digna de pasar a los anales del “Premio Jaén de Piano”, hubo un claro y rotundo triunfador: el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, que 150 años después de su fundación sigue más vivo que nunca, perpetuado en su tradición de parir al mundo músicos de una técnica y musicalidad apabullantes. Intérpretes de estirpe. No hubiera sido ningún escándalo si tres de sus actuales pobladores, Dina Ivanova (que se metió al público en el bolsillo), Alexander Panfilov y Andrey Yaroshinsky, hubiesen copado -en exclusiva- las sillas de la final de hoy, lo que hubiera convertido a Jaén -por un día- en una especie de pequeña Moscú. Dignos herederos de aquella legendaria escuela soviética que tantos genios aportara a la Historia de los sonidos. Aquella donde se primaba la densidad, el virtuosismo, la expresividad, los acordes amplios, cierto regusto por el “fortissimo” y una seductora belleza en la línea de canto. Finalmente solo Panfilov defenderá su rutilante estandarte, gracias a una lectura (pese a su fluidez) vibrante y arrebatadora de los “Cuadros” de Mussorgsky, sin duda una de las cimas artísticas de esta ya casi extinguida edición.
Si bien el otro finalista (y favorito de este periódico) Denis Zhdanov pertenece a la escuela de Kiev (esa misma que arrasara el pasado año en la figura de la ucraniano-canadiense Anastasia Rizikov), su piano también podría haber estado perfectamente amasado (sin que desentonara) con los cementos del conservatorio moscovita. Su expresivo Adagio de la Sonata Op. 10 n. 1 de Beethoven, así como su virtuosística ejecución de la transcripción del “Pájaro de Fuego” stravinskiano y, sobre todo, sus maceradas y turbadoras Op. 116 de Brahms (con unos estremecedores Intermezzi) le han hecho partir de salida con unos pocos metros de ventaja sobre el ruso. Una cosa está clara: el premio gordo se escribirá en cirílico.


Como siempre que hay un Jurado de por medio, nunca llueve a gusto de todos, y este año no iba a ser menos, pues a la fiesta se coló la coreana Soo Jin Cha, que dejó algunos momentos de íntima belleza en la “Humoreske” de Schumann. Como suele ocurrir con los teclistas asiáticos, sus desorbitadas dotes técnicas solo le permiten vislumbrar las notas y no la música escondida entre ellas. El Tercer puesto ya tiene su nombre. Su lugar debió ocuparlo un músico de mucha más enjundia y personalidad como es Andrey Yaroshinsky, penalizado por el Jurado quizá por su parsimoniosa y madurada concepción rítmica (su Sonata de Brahms fue de una musicalidad intachable), símbolo inequívoco de que el joven ya ha dejado paso al artista. Y es que la lentitud y la reflexión nunca fueron buenas consejeras para un Concurso. Como sentenciara el miembro del Jurado Ralf Nattkemper en la presentación de su Concierto Inaugural: “a estos sitios se viene a tocar rápido y fuerte”.

 

SOO JIN CHA (Corea del Sur, 1985)
La inesperada sorpresa de la final. Lo tiene crudo para poderle disputar el cetro a los dos eslavos orientales, pianistas mucho más completos que ella. Técnicamente va sobrada, pero le falta un mayor entendimiento del espíritu y el alma de las obras. De sólida cimentación rítmica y facilidad de canto, regaló pinceladas bellas y líricas en el Schumann. Más efectiva en los pasajes lentos que en los rápidos, seguramente centellee en la “Romance”, punto emocional álgido del Concierto de Chopin elegido.

ALEXANDER PANFILOV (Rusia, 1989)
Claro ejemplo de cómo la técnica se pone al servicio de la música. Buen comunicador, saltó de un hechizante Debussy de riquísima y matizada sonoridad (“Estampes”) a unos vibrantes y angulosos “Cuadros de una Exposición” de momentos gloriosos (Gnomus, Catacombs…). Potencia, claridad y precisión tanto en la graduación del volumen como en la pulsación, de la que mana un sonido muy natural y expresivo (nunca forzado o artificioso). Tocará el Concierto más explosivo y vistoso de la final (Beethoven 5).

DENIS ZHDANOV (Ucrania, 1988)
El más inteligente y aristocrático de los seis semifinalistas. Está ungido por un exquisito sonido y una sabia articulación. Es capaz de sostener un fino hilo sonoro en el aire (admirable en el “pianissimo”). Su arte fascina y abstrae, como demostró en las delicadas Op. 116 de Brahms, todo un compendio poético musical magníficamente recitado por sus manos. Ejecutará el Concierto de Schumann, una de las cimas del repertorio que exige unas superdotadas dotes expresivas y líricas. Algo que él ya posee.

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