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Kidding: El fracaso de ser buena persona

Pese a su título, en ‘Kidding’ no hay mucho espacio para la broma, aunque sí para cierto humor salvaje que alivia el dolor acumulado por sus personajes

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A Michel Gondry le persigue la etiqueta de director de culto. En realidad no es tan sencillo, ni tampoco pienso entrar en ello. Me basta con que sea el responsable de uno de los más tiernos y divertidos homenajes a la magia del cine: Rebobine, por favor, aunque en su filmografía resalte Olvídate de mí, película en la que dirigió a Jim Carrey. Los dos han vuelto a coincidir, ahora en televisión, en la serie Kidding, en la que, pese al título, no hay mucho espacio para la broma, aunque sí para cierto humor salvaje que alivia el dolor acumulado por sus personajes, al menos desde el punto de vista del espectador.

En realidad, la serie lleva el sello de Dave Holstein, aunque Gondry participa como productor ejecutivo, dirigió varios episodios de la primera temporada y, en determinados aspectos, resulta evidente la identificación con cierto universo latente en las películas del cineasta francés, llámenlo aura si quieren, ya sea por su retrato del sufrimiento emocional, como por la imaginación que envuelve a sus personajes, entre lo onírico y el ansia de liberación.

Carrey encarna aquí al señor Pickles, el protagonista de un célebre show televisivo infantil que lleva más de 30 años en antena y en torno al cual su propio padre -Frank Langella- ha creado todo un lucrativo negocio familiar a base de exprimir su talento y el de su otra hija -Catherine Keener-, encargada del diseño de las marionetas. El programa no parece tener fecha de caducidad, salvo para el propio Pickles, atormentado por la pérdida de uno de sus gemelos, hasta el punto de replantearse una existencia en la que no para de ejercer de forma inconsciente el fracasado papel de buena persona, en busca de un afecto y una satisfacción que ha desaparecido de su vida tras ser abandonado a su vez por su mujer y su otro hijo -Judy Greer y Cole Allen-.


En la segunda temporada, recién estrenada, ha roto definitivamente su vínculo con la televisión, pero no con sus telespectadores, ni con sus obsesiones. Tal vez no resulte tan brillante como la primera, pero sostiene sus atractivos, aunque queden reducidos a determinados estímulos, entre los que se encuentra el compensado y certero reparto coral que acompaña a Carrey en cada episodio.

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