Novosibirsk se encuentra a casi ocho mil kilómetros de distancia de Jerez, si optamos por realizar el viaje en coche. La travesía nos llevaría tres días y medio sin realizar descansos tras atravesar Francia, Alemania, Polonia y Bielorrusia.
Una vez llegados a Moscú, todavía nos quedarían casi 3.600 kilómetros por delante, hasta adentrarnos en el distrito federal de Siberia, que es donde se encuentra.
Con más de un millón seiscientos mil habitantes, es la tercera ciudad más poblada de Rusia, donde, además de presumir de la estación más grande del Transiberiano y del teatro de ópera más grande del país, soportan en invierno temperaturas de 35 grados bajo cero.
Puede que si a alguien le ofrecen un puesto de trabajo en Novosibirsk, lo más probable es que se lo piense. Quien no se lo pensó fue una familia jerezana, la de Gonzalo y María, salvo que en su caso no iban buscando un empleo, sino cumplir una misión: dar fe y testimonio de Cristo en uno de los principales enclaves de la iglesia ortodoxa rusa, coronado por la catedral de San Alejandro Nevski.
Actualmente
son padres de siete hijos -dos varones y cinco niñas- y
pertenecen al Camino Neocatecumenal de la parroquia de San Rafael y San Gabriel, desde donde hace trece años decidieron poner rumbo al corazón de Siberia para cumplir esa misión evangelizadora: dar fe de su amor por Cristo, que es quien “guía” sus pasos.
Tras todo este tiempo reconocen que están “implantados”, pero los principios “no fueron fáciles”, relata Gonzalo, quien acaba de visitar su ciudad natal con motivo de las vacaciones de verano. “
Vivimos en un barrio completamente descristianizado, con gran mayoría musulmana”, pero no lo han vivido como un obstáculo, ya que, como indica, “nuestra misión tiene muchas facetas, y la primera es dar testimonio con la presencia de una familia cristiana en este ámbito, que es donde el Señor nos permite estar juntos. Ya así se evangeliza y le haces preguntarse a la gente por qué, por qué una familia española, con un nivel de vida más alto en su país, baja al escalafón de Rusia. Y les explicas que eres católico”.
Gonzalo es profesor de español y su casa está permanentemente “abierta”, tanto para sus alumnos como para sus convecinos. “En realidad, son ellos los que evangelizan, los que vienen a vernos a casa. Les hablas de Cristo y de nuestra experiencia”.
La segunda faceta es la que está estrechamente vinculada al Camino. “No estamos solos, vamos arropados por nuestra comunidad de San Rafael y por otros compañeros en misión. Nos juntamos varios matrimonios con un sacerdote, y un seminarista y realizamos celebraciones en una catedral en la que hemos sido acogidos, pero estamos buscando nuestro propio local, en la esperanza de poder atraer a la gente a Jesucristo mediante un itinerario de iniciación cristiana, para que conozcan las raíces de nuestro bautismo”.
Gonzalo sabía ruso, pero no su esposa,
María: “Llegas sin saber el idioma, con precariedad, pero en esa herida se manifiesta Cristo y ves cómo Dios actúa”, confiesa. “En estos trece años hemos vivido muchas situaciones en las que hemos visto cómo Dios ha aparecido. La obra la hace Él, nosotros somos gente débil y pecadora. Somos meros instrumentos”. Y reconcen sentirse “contentos” porque en este tiempo “hemos visto mucho sufrimiento, familias destruidas, y eso nos permite anunciar que Dios tiene poder y puede ayudar. La gente que te conoce recurre a ti”.
Gonzalo y María llegaron a Novosibirsk hace trece años y en todo este tiempo su familia ha ido en aumento. De hecho, dos de sus siete hijos han nacido allí, lo que les ha permitido conocer su “realidad hospitalaria”, aunque por encima de todo
hablan de la “hospitalidad” de las personas que han encontrado desde el primer día. “No hemos sufrido rechazo. El ruso es un pueblo muy acogedor, abierto”.